Volar en estos placenteros días de huelga
Voy a pasar el fin de año fuera de España. El vuelo, que emprendo en horas, ha coincidido con la enésima huelga de los pilotos de Air Europa y la segunda de los tripulantes técnicos de Iberia. Conozco la coincidencia de mi viaje con los paros desde hace semanas y puedo afirmar que, lejos de producirme desazón, me ha provocado una placentera sensación de calma. Estoy persuadido que en una jornada de conflictividad laboral de los pilotos, tal como hoy se conciben sus huelgas, tengo muchas más probabilidades de llegar a tiempo a mi destino que en cualquier día de los calificados "normales".
Son las cosas de este mundo nuestro que se nos ha vuelto del revés y no solo cuando emprendemos un viaje en avión. La perversa mecánica de las nuevas huelgas aéreas con el establecimiento por Fomento de unos elevados servicios mínimos, seguida de la cancelación de los vuelos no protegidos y la recolocación de los pasajeros afectados por las aerolíneas, con el colofón de que los pilotos huelguistas no tienen que hacer el paro anunciado (y por tanto no sufren penalizaciones de sueldo) porque los vuelos que debían dejar en tierra han dejado de existir, tiene como consecuencia que los días con mejor regularidad en los aeropuertos españoles son los que coinciden con los paros.
21 jornadas de huelga de los pilotos de Air Europa desde septiembre y dos días de huelga de los pilotos de Iberia en plena Navidad, permiten corroborar, con los datos de puntualidad, la veracidad de esta aparentemente absurda situación.
Me voy de vacaciones porque tengo derecho a ellas, pero también con unas ganas inmensas de desintoxicarme del peloteo de informaciones de parte con la que nos bombardean durante los últimos meses los protagonistas de las distintas huelgas y conflictos aéreos que monopolizan la actividad de los aeropuertos: aerolíneas, Aena, pilotos, controladores.
Me niego a enredarme en justificar o en denostar la actitud de no se que empresa o de no se que colectivo laboral. Hoy quiero defender mis derechos como viajero y los de todas las personas que sufren a diario el calvario en que se ha convertido cualquier paso por un aeropuerto o cualquier salto en un avión.
Durante el año 2011 que ahora termina Iberia arroja una patética puntualidad en sus vuelos del 61% que es 20 puntos inferior a los mínimos aceptables del 82% que ella misma estableció en su último plan director. Air Nostrum, con regularidades medias del 70%, ha perdido también 20 puntos en relación a su intachable puntualidad histórica. Desde Septiembre, Air Europa tiene ratios de regularidad incluso peores que sus competidores. Madrid-Barajas ha aparecido de manera reiterada durante el año que termina como el aeropuerto con más demoras de la red europea de Eurocontrol.
Viene a cuento en esta proclama en defensa del pasajero una anécdota que viví hace meses en un vuelo con ida y vuelta entre Madrid y Lanzarote. Tomé el billete con tiempo en una aerolínea española que no nombraré. Semanas antes de emprender el viaje recibí un correo electrónico de mi compañía en el que se me anunciaba que el vuelo de vuelta había quedado cancelado. Me proponía regresar al día siguiente u otra alternativa que incluía un salto de Lanzarote a Barcelona-El Prat con otro competidor nacional, completado con otro vuelo a Madrid con la aerolínea primera. Por razones de agenda acepté la segunda oferta y cuando el día indicado volé entre Lanzarote y Barcelona el vuelo llegó a El Prat antes de lo previsto. Al comprobar que existía una conexión con Madrid que me permitiría reducir la escala, me acerque al mostrador de mi aerolínea y les pedí el cambio. La contestación fue antológica: "La tarifa que usted ha pagado no admite modificaciones". Monté en cólera; menos mal que mi billete no admitía cambios porque en caso contrario tal vez la aerolínea me habría obligado a volar entre Lanzarote y Madrid con escala, por ejemplo, en París.
Sin duda los pilotos tiene sus derechos, igual que los controladores aéreos. Las aerolíneas tienen sus intereses y sus problemas, como los aeropuertos. Es bien cierto el negocio de la aviación comercial es un complejo mecanismo de ballet sometido a infinitas contingencias que muchas veces son difíciles de controlar.
Dicho esto, estoy absolutamente persuadido que en los últimos tiempos todos los agentes activos de esta arriesgada, estimulante y bella actividad económica que es el transporte aéreo han decidido mirarse el ombligo y lamerse las heridas que les produce una situación de cambio y de crisis. Todos se han olvidado de que la justificación última de su actividad es prestar un servicio a sus clientes. Y los clientes se han convertido en el eslabón más débil de una cadena y se han acostumbrado a pagar los platos rotos de todas aquellas instancias que les tenían que servir.
Volviendo a donde empezamos: que, en un día como hoy donde las huelgas se solapan, a ninguno de los actores de la actividad aérea se le va a ocurrir actuar como lo hacen en los días normales, retrasando rodaduras, demorando la secuencia de aterrizajes, reprogramando vuelos con baja ocupación.
Hoy que aerolíneas, pilotos, aeropuertos, y controladores se vigilan unos a otros para echarse la culpa de cualquier incidente, somos los pasajeros los que podemos disfrutar de una regularidad que se nos viene hurtando desde hace más de dos años. Buen vuelo y feliz entrada de año.