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Columna
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Viejas y nuevas propuestas

Que el programa económico del PP no iba a representar una ruptura con el del último Zapatero era previsible, aunque hay que convenir que hay algunos elementos novedosos junto a evidentes contradicciones entre muchas propuestas y el objetivo, ineludible, de reducción del déficit.

En el ámbito laboral, destaca la intención de modificar el ámbito de aplicación de los convenios colectivos, dando prioridad a los de empresa y sectoriales. La oferta de desplazar fiestas semanales a los lunes me parece poco definida, y habrá que estar al tanto de las presiones, religiosas o políticas, que la puedan desvirtuar. También es destacable la supresión de las prejubilaciones, para acercar la edad real de retiro a la legal, junto a la revisión del desempleo en los últimos años de la vida laboral. Y más relevante todavía es que se haya avanzado que se usará lo cotizado durante toda la vida laboral para calcular la cuantía de la pensión. En cambio, el resto de medidas (desde la evaluación de las políticas de empleo, al control del absentismo laboral o la reforma de la FP, entre otras) se inscriben en el contexto de las buenas intenciones, de las que poco cabe esperar.

Para promover el flujo del crédito, hay un poco de todo, desde el avance de una segunda ola de fusiones bancarias al deseo que el sistema financiero acentúe la reducción de sus activos inmobiliarios, aunque es difícil que estas medidas tengan efectos sobre el crecimiento del crédito. No es menor, en cambio, la propuesta de modificación del sistema de supervisión y regulación del Banco de España, una crítica abierta a la gestión de su gobernador, Fernández Ordóñez.

Por lo que se refiere a los problemas de capital humano, de nuevo buenas intenciones, con algunas quizás no tan buenas y otras que podrían ser un avance. Así, ampliar el bachillerato a 3 años no se si responde a necesidades educativas o a las ganas de reducir, por decreto, la tasa de paro juvenil. Igualmente, el bilingüismo español-inglés en el sistema educativo no deja de ser un brindis al sol. Dónde podría haber más sustancia es en la reforma de la universidad, si esta se centra (cosa que no dijo) en un nuevo diseño de su Gobierno.

En la reforma de la Administración tampoco se añade demasiado con la propuesta de llevar a cero la tasa de reposición de la función pública, es decir, eliminar el 10% de substitución de jubilados del plan que Zapatero había acordado con Bruselas. El resto de propuestas, también buenos deseos y poco más. Y lo mismo en el ámbito energético, dónde no queda claro si su intención de atajar el déficit de tarifa, sin repercutir los costes en los contribuyentes, implicará un cambio en el sistema de fijación de precios o en el mix energético. Habrá que esperar y ver.

Finalmente, en lo que debería ser la sustancia del discurso, la que afecta al déficit y a la reforma fiscal, la verdad es que uno se encuentra un tanto perplejo. Por un lado, un amplio catalogo de propuestas, algunas interesantes en términos de mejora económica y otras como potencial beneficio electoral del PP. Entre las más relevantes hay que destacar la rebaja fiscal para la contratación del primer trabajador (3.000 euros), la no tributación de las plusvalías de las empresas cuando estas se reinviertan o la reducción, en diez puntos, de la tributación de beneficios cuando se destinen a la adquisición de nuevos activos. También hay que enfatizar la menor tributación en el impuesto de sociedades para determinadas empresas, el que los autónomos y pymes no tengan que pagar el IVA hasta que se haya cobrado la factura correspondiente o la puesta en marcha de cuentas de compensación tributaria para las deudas de la Administración. Finalmente, la recuperación de la deducción en el IRPF para la inversión en vivienda habitual y el mantenimiento parcial del tipo superreducido del IVA al 4% en la compra de una casa, junto a la mejora de la tributación de los planes de pensiones en el IRPF, aparecen como medidas destinadas a mejorar el sector inmobiliario y la posición de ciertas rentas.

Pero no es fácil cuadrar estas medidas, que implican mayores gastos fiscales o menores ingresos, con la necesidad de reducir el déficit entre 15.000 y 20.000 millones en 2012, como mínimo. Quizá Rajoy espera que sea su ministro de Economía el que entre a matar. La letra del discurso no es mala. Pero la música no acompaña. Hay que esperar, y desear, mayor trabajo para que la partitura sea más creíble.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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