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Mucho poder, poco tiempo

Para el jugador de ajedrez hay dos coordenadas sobre las que tiene que efectuar sus movimientos. Tiempo y material El novato siempre piensa en la mera superioridad material, en acumular un alfil o dos peones de ventaja. Pero la mera presencia de las piezas en el tablero es inútil. Las piezas sirven en la medida en que permiten al jugador conseguir su objetivo, y para eso tienen que estar colocadas en la posición adecuada. Las más bellas partidas son aquellas en las que la inferioridad material de un jugador se compensa con una superioridad posicional que hace que su adversario no tenga tiempo para contrarrestar las amenazas o concretar su ataque.

Mariano Rajoy está en la posición contraria. Tiene material, pero no tiene tiempo. Tiene un poder político comparable o superior al del primer Felipe González y, aunque no puede presumir de tener tras de sí a un país unido, sí existe en la ciudadanía la conciencia, o la necesidad, de salir de la tormenta sea quien sea el timonel. Por decirlo con crudeza, esta vez no habrá una España que se alegre del alza del paro y otra que lo lamente.

Pero los mercados y la desconfianza aprietan. Y ahogan. Los bancos y las empresas españolas tienen cerrado el grifo del dinero, escasez que se traslada a la economía a través de la restricción del crédito. Las expectativas de los agentes económicos están bajo mínimos y desde Europa no llegan refuerzos, sino regañinas. Mariano ha considerado necesario dar un volantazo y ha intentado hacerlo en la medida de sus posibilidades. Que, pese a su gran cuota de poder, no son infinitas.

Por eso, en los tres aspectos más relevantes no ha concretado las medidas. No en el ámbito presupuestario, pues los 16.500 millones están condicionados al déficit de este año, que aún no sabemos. Tampoco en el sistema financiero, donde sigue siendo una incógnita la fórmula para sanear y poner en valor real los balances del ladrillo. Ni tampoco en la reforma laboral. Salvo, quizás, en el ámbito presupuestario, tiene motivos para no mostrar sus cartas. Y esta falta de concreción la ha corregido prometiendo rapidez: tres meses para el presupuesto y la reforma laboral y seis para la financiera. Mensaje claro a los mercados. Y, volviendo al símil de ajedrez, movimiento para salir del jaque intentando, además, no encerrar al Rey (al del ajedrez) con compromisos poco asumibles en el futuro. No es una mala jugada.

Más allá de eso, las medidas que ha concretado son de segundo nivel, ninguna de ellas profunda, y éstas sí son de consumo interno. Cambiar el Bachillerato, cambiar los festivos, eliminar las prejubilaciones, etc. Anuncios que presentan una panorama de reformas efectista y amplio, pero poco profundo. En este sentido, pese a la grandilocuencia de parte del discurso, cabría reprochar  a Mariano falta de ambición. Si habla de decir la verdad, por dura que sea, sorprende que no haya dedicado ni una línea a la burbuja inmobiliaria de la década pasada, principal motivo de la situación de urgencia nacional. Y, si habla de cambiar el país pensando en nuestros descendientes, sorprende también que no haya pronunciado la palabra ciencia ni hablado de un modelo productivo distinto al actual. 

En otras palabras, Mariano justifica con una situación extraordinaria medidas que son, también, extraordinarias. Está prácticamente obligado a ello por los dichosos mercados. No sabemos si los mercados darán a Rajoy el margen de confianza que necesita, sobre todo porque lo único que puede hacer un gobernante en estos casos es intentar no ser él quien desencadene la tormenta. Aunque haga sus tareas, el castigo puede llegar igualmente.

Si salva, como espero que haga, la bola de partido, Rajoy tiene un largo camino por delante para definir qué y cómo va a producir España. El dinero fácil del ladrillo no volverá. Y para volver a crecer habrá que pensar cómo, y cómo solventar problemas más enquistados que el déficit público o el empacho de ladrillo en manos de la banca. La resistencia de la inflación subyacente, la rigidez en el mercado de la vivienda (que implica poca movilidad laboral y geográfica), la brutal temporalidad en el mercado de trabajo (que los minijobs no arreglan), los problemas para para reciclar parados, las lagunas en investigación, desarrollo e innovación, los problemas de conciliación de vida laboral y familiar (que se traduce en un notable problema demográfico) o el fracaso escolar son algunos de los aspectos que impiden que España crezca al 100% de su potencial. 

Son cuestiones que no se solucionan de un día para otro, ni se puede exigir que se aborden todas a la vez y el primer día. Pero si no se abordan en absoluto, si se olvida el origen de la crisis actual, si no se hace nada por modificar el modelo produtivo más allá de recortar sus costes, entonces se estará sembrando la siguiente crisis. Convendría no olvidarlo. 

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