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La cumbre de la purísima y sus milagros

A la cumbre europea del 9 de diciembre se le atribuyen enormes prodigios. Pero ya se sabe que de la superchería al milagro (y viceversa) suele haber un solo paso.

Entraron 17 y salieron 26. Los apóstoles de la fe comunitaria aseguran que durante la cumbre los 17 los países de la zona euro se multiplicaron como por ensalmo. O más bien, como por 1,5294117 para convertirse en 26. Algo de cierto hay. Pero solo porque se comprobó que la teoría del enfrenamiento entre la zona euro y el resto de la UE era un cuento propalado desde Londres para no sentirse solo. Ya habíamos comentado aquí el corto recorrido de ese infundio, porque la mayoría de los países del Este quieren adoptar el euro lo antes posible. El absurdo órdago del primer ministro británico, David Cameron, durante la cumbre solo sirvió para echar cuentas y confirmar que estaba solo.

El británico se transformó en italiano. Bastante cierto. Cameron recurrió a una táctica de negociación muy querida por Roma: tomar como rehén un proyecto comunitario y no soltarlo hasta que el resto de socios pagan el rescate exigido. Lo hizo Silvio Berlusconi, que vetó la orden europea de detención y entrega (o de búsqueda y captura) para lograr la anulación de una multa por superar la cuota lechera. Y lo hizo Romano Prodi, que vetó el Tratado de Lisboa hasta que concedieron a Italia un escaño más en el Parlamento Europeo. Los países poderosos de verdad, como Alemania, Francia y Reino Unido, suelen ser más sutiles a la hora de imponer sus criterios. Pero la debilidad de Londres es tan evidente que preparó una misiva en la que planteaba reivindicaciones sin ninguna relación con el motivo de la cumbre. Fue ignorada por todos los demás. Afortunadamente.

Sarkozy plantó cara al capitalismo salvaje. A falta del veredicto definitivo de las autoridades en fenómenos sobrenaturales, este milagro puede darse ya por bastante dudoso. Y es que la mayoría de las reivindicaciones de Cameron no pretendían relajar la regulación financiera. Una de ellas, incluso, pedía permiso para poder imponer a la banca británica requisitos de capital por encima del máximo pactado en Europa (9%). Otra, solo buscaba proteger el negociazo de la compensación y liquidación de operaciones en euros, que el BCE quiere exigir que se rematen en algún centro financiero de la zona euro. Y otra, pretendía blindar la presencia en Londres de la Autoridad Bancaria Europea: esquizofrénico quizá, pero nada ver que con el capitalismo salvaje.

Sanciones automáticas contra el déficit. Falso. La reforma del Pacto de Estabilidad que entrará este mismo mes en vigor ya había cambiado el sistema de voto en los procedimientos disciplinarios para acelerar su aplicación. Solo faltaba cambiar el primer paso de esos procedimientos, que es lo pactado en la cumbre. En cualquier caso, las sanciones nunca serán automáticas, porque el Eurogrupo puede frenarlas por mayoría cualificada.

El día 9 tuvo más de 24 horas. Completamente cierto. Algún prestidigitador divino o terreno hizo que la cumbre empezase la tarde del día 8, en plena celebración católica de la Inmaculada. ¿Se debió a la conocida devoción del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy? Quién sabe. El caso es que a las cinco de la madrugada del día 9 ya habían concluido las negociaciones. Y para cuando empezó la cumbre de manera oficial a las 10 y pico de la mañana, el euro ya estaba supuestamente salvado. Eso sí que sería un milagro.

El sortilegio del BCE. Repasado tanto prodigio dudoso o estéril solo falta cruzar los dedos y encomendarse al Banco Central Europeo. Su presidente, Mario Draghi, también conocido devoto, salió contento de la cumbre de los milagros. Solo falta que baje a la tierra y se ponga manos a la obra.

Foto: publicidad en un autobús parado ante la sede del Consejo Europeo donde el día 8 de diciembre se celebró la cumbre del día 9. (B. dM., 10-12-11).

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