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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tarea que Europa debe acometer

La segunda intervención de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE) no ha dejado indiferente -si bien por diferentes razones- a ninguno de los principales destinatarios de sus mensajes. Mientras la decisión de abrir a manos llenas el grifo de liquidez para saciar la acuciante sed de la banca europea ha constituido una excelente noticia para el sistema financiero, el hecho de que no haya autorizado una intervención masiva en compra de bonos frustraba de raíz las expectativas del mercado de deuda y caía como un jarro de agua helada sobre los índices de las Bolsas europeas. Con el tono doctoral que le caracteriza, Draghi anunció la decisión del BCE de ceñirse a lo que considera su rol natural -la política monetaria para el control sobre la estabilidad de los precios- y de abstenerse de irrumpir en un terreno, la lucha contra la crisis de deuda soberana, cuya gestión deja a los Estados. Tras confirmar en un cuarto de punto la esperada rebaja del precio del dinero hasta el 1%, el italiano cumplió más expectativas al ampliar la liquidez a un plazo de tres años, así como al flexibilizar los activos que la entidad admitirá como garantías de sus préstamos.

El presidente del BCE lanza así un cabo de inestimable valor y oportunidad para una banca asfixiada, sin posibilidad de financiarse en un mercado interbancario cuyas puertas siguen cerradas e incapaz, por tanto, de ejercer su papel de canalizador del crédito a empresas y particulares, algo que resulta imprescindible para recuperar el pulso del crecimiento. Con la amenaza de la recesión muy presente, la decisión de Draghi beneficiará de forma muy oportuna a la banca pequeña y mediana, cuyo perfil de cliente lo constituyen principalmente las pymes, un peón fundamental e insustituible en el camino que Europa debe emprender hacia el crecimiento económico y la creación de empleo.

Las medidas hechas públicas ayer por el presidente del BCE eran seguidas horas después por el anuncio por la Autoridad Bancaria Europea (ABE) de las necesidades de recapitalización del sector financiero. El cálculo para la banca española no ha constituido ninguna sorpresa -solo nueve millones más de lo previsto- y será asumido por el sector sin necesidad de acudir a fondos públicos, en contraste con las necesidades adjudicadas a la banca alemana, que aumentan considerablemente. En cualquier caso, el ejercicio realizado por la ABE, cuyo objetivo es devolver la confianza de los mercados hacia el sistema financiero y cuyos criterios de valoración en algunos casos -por ejemplo, el de España- resultan más que discutibles, contrasta con la estrategia por la que apuestan los líderes europeos en la cumbre que se está celebrando en Bruselas. Mientras la ABE basa sus cálculos de recapitalización en la depreciación de la deuda soberana en los balances de los bancos, la hoja de ruta europea pasa por defender a capa y espada la fiabilidad y solvencia de los Estados miembros para hacer frente a sus obligaciones. Una contradicción evidente que se suma a la larga lista de razones que hacen ineludible cerrar esta cumbre europea con una solución que ejerza de firme dique de abrigo frente a la crisis de deuda.

El consenso deseable -y exigible- que debe alcanzarse en Bruselas ha de continuarse y plasmarse en la agenda económica de cada uno de los países miembros. En el caso de España, Mariano Rajoy ha resumido en Marsella los tres grandes capítulos a los que como presidente electo del Gobierno dará prioridad en esa lista de deberes internos: avanzar en la consolidación fiscal y cumplir "impecablemente" con los objetivos de déficit; reformar y flexibilizar el mercado laboral, y reestructurar de manera definitiva el sistema financiero para restablecer el crédito cuanto antes. Un programa tan ambicioso como necesario para sacar a España del hoyo en que está sumida y poner el país en la senda del crecimiento económico y la creación de empleo. Rajoy tiene ante sí un durísimo reto para el que sabe que no podrá gozar de periodo de gracia y en el que ocupa un lugar destacado el buen posicionamiento de España a la hora de cumplir los compromisos que se adopten en esta cumbre. La determinación que ha manifestado en Marsella para afrontar esa tarea es una buena noticia para todos.

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