Los deberes con Europa
Hay muchos que, como yo, siguen con gran preocupación cómo durante los últimos tres años las ambiciones miopes de los líderes nacionales y los despropósitos del sector financiero han ido contaminando la idea de Europa y cómo ahora, incluso, se la utiliza de chivo expiatorio. Ya no hay día en el que no se culpe a Europa de la crisis. Me refiero a la crisis con mayúsculas, no solo económica. De Lisboa a Helsinki, casi todos tenemos cara de estafados. Desde entonces hemos vuelto a las intrigas entre países, a las reuniones petit comité, al desencuentro y la antipatía hacia el otro. Hemos perdido tanto el norte que prácticamente no se oyen voces que defiendan la Europa que nos pertenece a todos. En su lugar, la voz de la canciller nos recuerda insistentemente que "la ruptura del euro supondría el final de la Unión Europea". ¿Es posible que después de tantos esfuerzos lo único que nos una sea una moneda?
Mariano Rajoy acaba de declarar que Europa será una de las prioridades del nuevo Gobierno. Buenas noticias. Sin embargo, hacer los deberes con Europa no se debe limitar a cumplir con los criterios de deuda y déficit. Debe empezar por reemplazar la tradicional actitud seguidista española por otra que sabe lo que quiere, por qué lo quiere y cómo defenderlo en el ámbito del proyecto secuestrado de futuro común que siempre ha sido la Unión Europea. Eso sí sería hacer bien los deberes con Europa.
Su Gobierno tendrá que sobreponerse a la dosis diaria de fatalismo y adoptar un pragmatismo absoluto en ámbitos en los que hay que pasar del sí quiero al cómo lo quiero, en concreto respecto a temas enormemente complejos como la solución final a la crisis del euro y a qué tipo de unión fiscal nos dirigimos. Una posición mínimamente informada sobre la realidad europea indica que la doble velocidad no es ni un capricho, ni un disparate, sino la consecuencia natural de la relación que cada uno de los países miembros tiene con el proyecto de integración europeo en un momento en el que el statu quo ya no es una opción. Se engañan aquellos que piensan que estamos ante un reajuste puramente económico o le quitan peso aduciendo que en la construcción europea siempre han existido varias velocidades. Hablar de fiscalidad no implica una charla ligera sobre cambios cosméticos, sino la necesidad de replantear cuál es nuestra posición respecto a un proyecto que entra en una fase cualitativamente diferente, y que ya está poniendo contra las cuerdas a aquellos países que nunca han estado demasiado seguros de su nivel de compromiso político, empezando por Reino Unido.
En este debate hay algunas premisas que, en mi opinión, conviene no perder de vista. Primero, y siendo consciente de que esto constituye una herejía en el ámbito de la cuestión europea, la permisividad con el liderazgo franco-alemán (o alemán a secas) a esta altura del proyecto es parte del problema, no de la solución, refleja una Europa obsesionada con el pasado, no con el presente ni el futuro, y es injustificable desde el punto de vista de la legitimidad democrática que tanto defendemos y tan poco practicamos.
Segundo, por si no ha quedado claro estos años, debemos afrontar los retos y las crisis juntos, a través de instituciones comunes y eficaces, no cada uno desde su casa. Ese error de apreciación de nuestros líderes políticos nos está saliendo carísimo y no puede repetirse más. La UE debe tener las instituciones e instrumentos adecuados para llevar a cabo su misión y, además, deben estar respaldados por los europeos. Ya no hay espacio para apaños diplomáticos de pasillo como fue el Tratado de Lisboa.
El tercero es que Europa no puede convertirse en una unión de auditores en busca de la competitividad perdida. Obviamente hay que invertir en competitividad (cosa que por cierto no se está haciendo), pero entendiendo que no todos los países tienen la misma capacidad, que la disciplina no es viable sin un marco que genere oportunidades y que todos debemos contribuir a la construcción europea a través de derechos y deberes claros, y estos deben ser los mismos para todos tanto sobre el papel como en la realidad.
En Alemania, el debate público ya ha empezado con los partidos políticos haciendo propuestas sobre su visión de Europa. Francia y Reino Unido también están en ello. Este no va a ser un amistoso. ¿Tiene España las ideas y los jugadores?
Carlos Buhigas Schubert. Analista político y especialista en asuntos europeos