En defensa de la deuda española
Discutir cuestiones metodológicas sobre el cómputo verdadero y fiel de la prima de riesgo de la deuda de España es un ejercicio peregrino (qué más da un diferencial de 480 puntos básicos con el bono alemán que de 490) que proporciona una equivocada complacencia, cuando en realidad se trata de melancólica impotencia. En condiciones normales de mercado, ni Alemania puede justificar una rentabilidad del 1,7% en sus bonos a 10 años ni tiene explicación que España deba pagar un 7% por sus emisiones en los mismos plazos. Los números estiran la diferencia, y más que la estirarán a buen seguro, mientras no haya un modelo político e institucional sólido de unidad monetaria y fiscal que envuelva a lo que hoy es simplemente una moneda. La defensa del euro es común en todos los países por los que circula, pero con argumentos diferentes en función de la capacidad competitiva de cada nación y del coste-beneficio que tiene la integración plena. Tan injusto como exigir todos los sacrificios a los países periféricos, con duras reformas de sus estructuras productivas, es culpar a Alemania de pasividad en la articulación de soluciones. Se trata de un calculado pulso en el que todos tratan de que sea el otro quien dé el primer paso, quien ceda primero, seguramente sin consciencia plena del riesgo que se corre en el juego, y que afecta a la existencia misma de la divisa, el proyecto europeo y de la concordia futura en el Viejo Continente.
Cuantitativamente es muy osado aventurar que España no va a atender sus obligaciones, pues sus emisiones vivas no llegan al 70% del PIB, una de las ratios más modestas de la zona euro, y abismalmente alejadas de proporciones que superan el 100% de Italia o Bélgica, o que se acercan a él como Francia, que no ha logrado cerrar su presupuesto con números negros en los últimos 35 años. Pero hay que quitarse de encima la argumentación reduccionista de que los ataques a la deuda española son especulativos. Lo son en parte. Pero los temores que alumbran la posibilidad de impago están en la falta de credibilidad de una política económica errónea en tanta proporción como la falta de liderazgo político europeo.
España tiene que recomponer la credibilidad entre sus acreedores con medidas muy firmes y muy rápidas. No puede mantener por mucho tiempo una curva de rentabilidades para sus emisiones como la actual, en la que tomar dinero desesperado a 12 meses sea más caro que para los alemanes tomarlo a 10 años. Tiene que restablecer la confianza con visibilidad en sus finanzas públicas y en su sistema bancario para desplazar la curva hacia abajo, hacia niveles soportables que dejen margen para destinar esa factura a inversión, crecimiento y empleo. Esa es la función del nuevo Gobierno que elijan los españoles este domingo. Y no dispone para ello de todo el tiempo del mundo.