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Columna
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La varita mágica de Rajoy

Ahora que las encuestas armonizadas coinciden de manera abrumadora en pronosticar el triunfo que la noche del domingo 20 de noviembre refrendará las candidaturas del Partido Popular, encabezadas por Mariano Rajoy, empiezan a soltarse algunas lenguas. Así, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, se convierte en animadora de los mítines encomendados al rencor recalcitrante de José María Aznar. Mientras, María Dolores de Cospedal, encaramada a la presidencia de la Comunidad de Castilla-La Mancha y empeñada en guardar la silla de secretaria general, se desahoga anticipando el estallido de inmediatas protestas callejeras poselectorales, que darán respuesta a las medidas "valientes" del intrépido Mariano en cuanto se haga cargo del Gobierno. Todo un horizonte de conflicto que, según Cospedal, será incapaz de alterar el pulso del deseado líder popular ni de quebrar su impasibilidad porque ya le han zurrado mucho y llega sobradamente preparado para enfrentar la adversidad.

Entonces aparece el candidato para acabar con las simulaciones y confesar de modo palmario que carece de la varita mágica, esa que sería capaz de arreglarlo todo al día siguiente de su instalación en La Moncloa. Semejante advertencia parece por su parte una declaración preventiva, después de año y medio sin más mensaje que el de estar en posesión de la piedra filosofal de la confianza, con la cual se iba a recuperar la economía, multiplicar el empleo, disparar la recaudación fiscal, permitir la bajada de los impuestos, llenar los embalses, calmar las erupciones volcánicas, regularizar el régimen fluvial que alterna sequías y riadas, impulsar el crecimiento, atraer inversiones, disparar el turismo y hacer las delicias de mayores y pequeñitos, como prometía el inolvidado Pepe Iglesias, El Zorro.

Buen momento, pues, para recordar aquellas apasionantes cajas infantiles, que reunían los juegos de magia, donde se incluían siempre la varita mágica y el bote de polvos de la madre Celestina. Invariablemente, los juegos con los que íbamos a lograr el asombro de un público familiar o de compañeros de pupitre en día de festejo de primera comunión culminaban con el empleo de esos recursos de reconocidos efectos fulminantes, aplicados de modo sucesivo justo antes de que ofreciéramos a la contemplación sorprendida el prodigioso resultado de nuestras habilidades mágicas. Porque en el paraíso de la infancia estábamos bien instruidos en el arte de simular que sin el concurso de la varita y de los polvos de la madre Celestina, sin su despliegue como catalizadores, el proceso mágico quedaría bloqueado y sería imposible su desencadenamiento, para frustración de todos.

Ayer jueves, las declaraciones aparecidas en el diario El País y la entrevista concedida a Carles Francino en el programa Hoy por Hoy de la Cadena SER, ratificaron que Mariano Rajoy carece de los apriorismos sectarios de Ánsar, tan orgulloso de ganar sin PRISA. También dejaron ver los efectos del vértigo de la victoria electoral. Al borde del abismo de la asunción de las responsabilidades presidenciales, terminan las claridades del diagnóstico y empiezan las confusiones de la abrupta e imprevisible realidad. Las promesas quedan abolidas. Lo que se reprochaba al Gobierno socialista de Zapatero queda habilitado si fuera necesario en el itinerario propio. Las solemnes negativas de recortes salariales a los funcionarios o en servicios públicos de sanidad y educación, la abominación del copago, la disminución de impuestos y tantas otras cuestiones desprogramadas figurarán como en la carta de los restaurantes con la advertencia S/M -según mercado-.

Mientras, monseñor Jesús Sanz Montes ha dado pruebas fehacientes de que las ovejas del arzobispado de Oviedo en modo alguno son ovejas sin pastor. Porque sus cartas pastorales conducen al ganado que le ha sido confiado por las cañadas seguras de la buena doctrina hacia los pastos abundantes y los abrevaderos de aguas cristalinas del Partido Popular y del Foro Asturias. Sus acusaciones al Gobierno saliente de engañar a mansalva son el pago merecido por las prodigalidades que la Iglesia ha recibido de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora que se pronostica debacle, su ilustrísima se muestra valeroso y tiene la caradura de decir que ni busca aplauso ni teme desprecio. ¿Hay quien dé mas?

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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