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Columna
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No cuente gallinas

Italia se enfrenta a un angustioso juego de gallinas. Como en Grecia, la renuncia del primer ministro no supone un rápido nombramiento de un Gobierno de unidad nacional capaz que ataje los problemas del país. Los políticos tendrán que adecuarse a los mercados impacientes -y a la presión continua del resto de la zona euro-.

Los bonos italianos ni siquiera han disfrutado de un repunte pos-Berlusconi. En las primeras operaciones de ayer, el rendimiento de los bonos a 10 años se disparó hasta el 7%, un nuevo máximo en la era del euro que acerca al país a una espiral de deuda.

A los inversores les gustaría ver una gran coalición apoyada por los principales partidos políticos y liderada por un tecnócrata respetado como es Mario Monti, excomisario europeo. Pero eso no es algo que vaya a pasar por arte de magia. Para empezar, Berlusconi dirigirá hasta que Italia apruebe las reformas acordadas el mes pasado con sus socios del euro. Eso puede llevar unas pocas semanas, o incluso más. Después habrá una discusión sobre si deben convocarse elecciones anticipadas (como quiere Berlusconi) o sobre si debe formarse una coalición (como quiere la oposición).

La situación es de alguna manera similar a la de Grecia, donde los políticos han estado discutiendo sobre quién debería reemplazar a Yorgos Papandreu, cuál será su mandato y cómo los partidos de la oposición respaldarán al nuevo Gobierno y cuándo se celebren elecciones. Los Gobiernos de unidad nacional son una gran idea en teoría. Pero existe el riesgo de que lo que se arregle en ambos países no sea ni nacional ni unificado ni capaz de gobernar. Afortunadamente, los políticos nacionales no operan en el vacío. La presión desde el exterior aumenta: los inversores, los otros países de la eurozona, el BCE y el FMI. Lo que tiene que mantenerse para meter en vereda a los políticos. Eso probablemente significa meses de volatilidad en los mercados y políticas arriesgadas antes de que las cosas se calmen -con el peligro permanente de que alguien haga algo estúpido mientras tanto-.

Por Hugo Dixon.

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