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Nostalgia cervecera

Exposición sobre la historia de Mahou

Exposición sobre la historia de Mahou
Exposición sobre la historia de Mahou

El Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (c/ Ramírez de Prado, 3) ofrece hasta el 10 de noviembre una revisión de la historia de cervecera Mahou, una empresa fundada en el siglo XIX como fábrica de pinturas por Casimiro Mahou y transformada en cervecera por sus hijos.

Una visita de corta duración recomendada para forofos cerveceros, en la que pueden contemplarse botellas y cajas de todas las épocas de la última centuria. También, por supuesto, barriles, desde los clásicos de madera, llevados hasta la posguerra por carros de caballos, hasta el flamante aluminio de los años 60. Entre la memorabilia se encuentran etiquetas de muchos años atrás (en una de ellas, se muestra el teléfono de la fábrica: 1979, señal de que entonces no había muchos abonados en Madrid.

Al margen de los objetos, la exposición muestra numerosas fotografías de Santos Yubero, con personas bebiendo cerveza durante la primera parte del franquismo. En alguna se observa gente apiñada en la barra de un bar madrileño en los años 40, sedientos de cerveza "después de tres meses de sequía". Y también numerosas instantáneas de los infefables Campeonatos de Bebedores de Cerveza de los años 50: dudosos atletas sentados alrededor de una larga mesa atiborrada de aceitunas y salchichón, blandiendo sus enormes vasos de litro. El colofón divertido son las fotos de las entregas de premios, en las que se aprecia en la cara mareada de los campeones la magnitud de su registro.

Anteriores a esas fotos son los documentos históricos, como un libro mayor de 1916, escrito con una caligrafía exquisita. Por lo visto, esa tradición se mantuvo en el tiempo, ya que también se muestran exámenes de escritura de 1942 realizados por candidatos a contable. Entre los libros de esa época se atisba también el impacto de la inflación: en 1933, un litro de cerveza en barril costaba 95 céntimos... pero de peseta, no de euro.

¿Alguna pega? Se echa de menos agasajar al visitante con una cañita de degustación. Para meterse en el papel, más que nada.

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