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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Objetivo: hacer entrar en razón a Atenas

La reunión del G-20 que arranca hoy en Cannes llega precedida de una actividad negociadora desarrollada con una intensidad y bajo una presión extremas. La intención de convocar un referéndum para someter a la voluntad popular el rescate de Grecia, anunciada el lunes por un Yorgos Papandreu acosado por presiones dentro y fuera de su propio partido, reunió ayer a los principales dirigentes de Gobiernos e instituciones europeas para buscar una salida al desafío político lanzado desde Atenas. Tras ese encuentro, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, exigieron al primer ministro griego que cumpla la hoja de ruta imprescindible, si quiere que Grecia siga recibiendo ayuda financiera, y amenazaron con su expulsión de la zona euro. También desde el FMI se insistía en que los fondos del organismo están supeditados a los ajustes, mientras que fuentes del G-20 advertían de la decisión de congelar los fondos destinados a Atenas hasta conocer el resultado del referéndum.

Probablemente nunca en su larga carrera política Papandreu haya escuchado tantas y tan serias advertencias en tan corto periodo de tiempo. Acuciados por la necesidad de atajar contra reloj los dañinos efectos del órdago lanzado por el primer ministro griego, los líderes europeos dispararon ayer dialécticamente desde muy diversos ángulos, aunque con idéntico objetivo. Tras advertir a Atenas que de ninguna manera habrá postre financiero sin engullir primero las lentejas, Francia y Alemania ponían el dedo en la llaga al plantear que un referéndum griego -de producirse- puede decidir legítimamente el futuro del país, pero no debe condicionar el del resto de sus socios. Desde la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso trataba infructuosamente de llenar lo que se percibe ya como una carencia de la más elemental pedagogía política por parte del Gobierno de Papandreu y explicaba a la ciudadanía griega el desastre que supondría un no al rescate y las consecuencias imposibles de predecir que ello traería consigo.

No hay duda de que la actitud del Gobierno griego y el largo rosario de incumplimientos y salidas de tono de sus dirigentes ha llevado a sus socios europeos -y a la ciudadanía de estos- a un nivel de saturación cercano al hartazgo. No en vano resulta cada vez más difícil explicar a la opinión pública las razones para perseverar en el salvamento de un país que aparentemente no tiene claro si quiere ser salvado. Pese a esas dudas, el precio de una Grecia a la deriva, y fuera de las fronteras del euro, es demasiado costoso para ser asumido. Y lo es tanto para el país heleno como para toda la zona euro y, por ende, para el conjunto de la economía global. La reunión del G-20 que hoy arranca oficialmente en el sur de Francia, y a la que el Gobierno de Nicolas Sarkozy pensaba acudir con la crisis de deuda soberana europea perfectamente encarrilada, tiene muy presente la cadena de daños colaterales que puede provocar un no en el referéndum anunciado por Atenas. Desde el efecto contagio en las economías europeas más vulnerables al coste incalculable que ese abandono supondría para todo el conjunto de la zona euro y la posibilidad de que se abra la puerta a soluciones similares por parte de países en problemas, con lo que ello conllevaría de desmantelamiento definitivo de la frágil cohesión europea.

Por ello, la estrategia tanto de Merkel como de Sarkozy debe exigir minimizar del todo esos efectos perniciosos y ligar ese hipotético no griego al futuro político de Papandreu y no al del país que gobierna. Más allá de que esa maniobra política tenga éxito, este nuevo episodio de la crisis griega pone de relieve, una vez más, la profunda carencia de gobernanza que anida en el seno de la UE. Una Europa que no solo ha sido incapaz de prever la posibilidad de que, ante la presión ejercida por las duras exigencias ligadas al rescate financiero, Grecia protagonizase una huida hacia delante, sino que ni siquiera cuenta con un protocolo capaz de gestionar una posible salida de un socio de la zona euro. Es necesario dejar claro a Atenas que Europa no aceptará órdagos ni desafíos y recordar al país y a su ciudadanía que fuera del euro el frío es intenso. Un propósito en el que no debe haber fisuras y cuyo objetivo debe ser evitar que Grecia dé un paso de consecuencias incalculables para todos.

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