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Tribuna
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Una reflexión tras la muerte de Steve Jobs

Elmsford, estado de Nueva York. Miércoles, 5 de octubre, por la tarde, durante una cena de trabajo. El ambiente era festivo, como no podía ser de otra manera. El grupo de gente que organizaba la cena pertenece a una compañía que fabrica auriculares para uso de jugadores de videojuegos. Su crecimiento es de tres dígitos y sus problemas son del tipo bueno, como por ejemplo, no poder fabricar lo suficiente para atender los pedidos de Navidad.

Me dispongo a lidiar con el segundo plato, de proporciones norteamericanas, cuando el comensal de enfrente, que ha pasado buena parte de la cena enganchado a su iPhone 4, dice: "Steve Jobs ha muerto". Silencio total. Todos los presentes desenfundan sus teléfonos, una variada colección de Blackberry e iPhone, y comprueban que la noticia es cierta. La sensación general es como si hace 30 años alguien hubiera dicho que han matado a John Lennon en una cena de músicos.

Un par de días después, ya en Manhattan, me acerco a la tienda Apple de la Quinta Avenida. Se está formando un memorial estilo reja del palacio de Kensington, cuando murió Diana Spencer, o verja de la zona cero en septiembre del 2001. Lo curioso de este homenaje es que la gente deposita manzanas, casi todas de la variedad Macintosh, con un mordisco en su parte superior. El logo de Apple, versión real. ¿Qué director de marketing no vendería a su abuela por conseguir esto?

¿Por qué fue tan importante Steve Jobs para el mundo? Básicamente porque lo cambió para mejor. Sin tocar el lado lúdico de las películas de Pixar, que ya en sí mismo es una gran aportación, Steve Jobs creó Apple.

Escondidos dentro de unos bellos aparatos estaban los programas que hicieron que millones de personas disfrutaran de la tecnología sin necesidad de ser expertos. El éxito del iPod fue el iTunes, no el aparato en sí. La competencia de Apple intentó, sin éxito, duplicar el iPod. Pero un aparato sin el programa que le hace útil no es nada. El uso del dispositivo es lo que le une al usuario. Luego llegaron el iPhone y el iPad. Vuelta a lo mismo. En este caso con los apps, esos pequeños programas que satisfacen las necesidades de cualquier usuario, ya que personalizan el aparato de una manera hasta ahora impensable. Más allá del correo electrónico, más allá de los SMS, los apps permiten ir directamente al grano global. Recetas de cocina, cómo está el tiempo en Estambul, el estado de mi vuelo, qué restaurante hay cerca de donde me encuentro, arbitrar un asalto de esgrima, conexión a las redes sociales… En este momento existen más de 500.000 empresas en el mundo que crean apps.

La belleza de los cachivaches despistó a la competencia hasta la llegada del Android. Ya hay partido. El mundo ha cambiado a mejor porque el individuo tiene acceso a la información y a la opinión de otros individuos en tiempo real, sin intermediarios. Este acceso sin límites ha hecho más por democratizar el mundo árabe que todos los acuerdos, desde Camp David hasta Madrid, juntos. Este acceso hace que la gente se pueda expresar con una rapidez desconocida, influir y ser influido de persona a persona. Y Apple sacó internet del ordenador y la puso en nuestro bolsillo. Desde el punto de vista empresarial, las andanzas de Jobs, sus aforismos, gestos y manías han dado material para centenares de artículos y libros de negocios.

Personalmente me quedo con dos. El primero, su axioma de que en el organigrama de la empresa, en algún lugar entre el portero de la finca, el janitor en inglés, y el director general, el CEO, las excusas no valen y solo sirven los resultados. Intente situar cuanto más bajo posible ese lugar en la escalera de su empresa.

El segundo, que dice que una compañía se define más por lo que elige no hacer que por lo que elige hacer. En todas las empresas, más en una con una tesorería de 70 billones de dólares, pero también en una pequeña sociedad, se pueden poner en marcha varios proyectos. La clave está en cuál de esos proyectos no vamos a poner en marcha y la razón por la que no lo vamos a acometer.

Los que sufrimos el mundo de la empresa en un año como este nos animamos soñando un futuro mejor. Un futuro que esperamos cercano, en donde nuestras energías estén más centradas en prosperar que en sobrevivir. Ese futuro está cerca, a la vuelta de la esquina europea, y será un poco mejor gracias a la herencia de gente como Steve Jobs.

Carlos Rosales. Director general de Nostromo

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