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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El coche eléctrico no arranca

Cuando el Consejo de Ministros aprobó el pasado 6 de mayo el Plan de Acción del Vehículo Eléctrico que sustituía al anterior Movele, Industria estimó que hasta 2014 en España se venderían un total de 250.000 vehículos eléctricos, es decir, un 1% del conjunto del parque automovilístico. A largo plazo, la meta era que en menos de diez años estos automóviles copasen el 26% de la cuota de mercado. Pese a ello, y como sabe no solo cualquier economista sino también cualquier ciudadano de a pie, una cosa son las estimaciones sobre papel y otra muy distinta la realidad. A pesar de las ayudas, en siete meses se han vendido 181 coches eléctricos, menos de uno al día, lo que convierte en casi una utopía la aspiración de llegar a 250.000 antes de 2014. Se trata, en cualquier caso, de una cifra irrisoria, especialmente si se tiene en cuenta que el mercado ha contado hasta el momento con el respaldo no de uno, sino de dos planes de ayudas públicas directas y que, aun así, no ha conseguido despegar.

Pese a los indudables efectos que la crisis económica ha producido sobre el consumo, reduciéndolo a niveles bajo mínimos, no se puede atribuir únicamente a ese factor el hecho de que la venta de coches eléctricos siga siendo en España casi un proyecto piloto. Por el contrario, existen otras razones que explican las barreras de consumo que lastran la percepción del consumidor sobre este tipo de vehículos. La primera de ellas, y probablemente una de las más relevantes, la constituye el precio -un coche eléctrico es 2,5 veces más caro que un equivalente equipado con motor de explosión-, derivado del alto coste de la batería. A ello hay que sumar las limitaciones de autonomía que aún pesan sobre estos vehículos, una circunstancia que hace que sean percibidos con cierta desconfianza por parte del comprador medio. En el caso de las empresas incide, además, un tercer factor: la reducida gama que todavía existe en el mercado.

Todas ellas son razones importantes que han eclipsado hasta el momento las ventajas que puede ofrecer este tipo de tecnología: un mantenimiento y consumo extremadamente económicos, la sencillez de su mecánica y su baja contaminación ambiental. Pese a reconocer esta circunstancia, en la industria del motor existe malestar hacia lo que se considera una diferencia de trato en materia de ayudas directas entre el coche eléctrico y el convencional. Argumentan que el Gobierno desoye el esfuerzo que han realizado en investigación para producir una notable reducción de los niveles de contaminación de los vehículos actuales frente a los de hace apenas una década. De acuerdo a ese mismo argumento medioambiental que respalda las ayudas al coche eléctrico, se podría contribuir a achatarrar un parque hoy viejo y contaminante.

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