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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El problema de EE UU es profundo y contagioso

El acuerdo alcanzado in extremis por demócratas y republicanos la madrugada del pasado lunes para elevar el techo de deuda de EE UU se ha revelado como una suerte de caramelo envenenado. La euforia inicial que produjo el anuncio del pacto ha dado paso en poco tiempo al análisis en profundidad y a la ponderación de los efectos que este podría tener sobre la primera economía mundial y, por ende, sobre las demás. Los malos datos de la actividad manufacturera dados a conocer ayer en EE UU se sumaron al escepticismo de los operadores financieros sobre la solución alcanzada en Washington y tiñeron de rojo no solo Wall Street, sino también la mayor parte de los parqués europeos. En España, el Ibex 35 se puso a la cabeza de las caídas y vivió una tarde sombría, hasta registrar en la jornada su mayor caída en 13 meses. La prima de riesgo también acusaba fuertemente el contagio -como la italiana- y se disparaba hasta llegar al récord de 375 puntos.

El propio Barack Obama ha reconocido que el pacto alcanzado con los republicanos no satisface sus expectativas, pese a defender que este permitirá afrontar "seriamente el problema del déficit" y supondrá el fin de una crisis "que hubiera tenido efectos devastadores" para la economía. No todo el mundo comparte el moderado optimismo del presidente norteamericano. Tanto desde la óptica demócrata como desde la republicana, han sido muchas las voces de expertos y analistas que han criticado la solución alcanzada para alejar la amenaza de la suspensión de pagos de la primera economía mundial. El acuerdo, que permite elevar el techo de deuda en un total de tres billones de dólares en dos fases y contempla recortes de gasto en la misma cuantía, ha sido recibido como un parche que permitirá ganar tiempo, pero no resolverá los desajustes estructurales del sistema ni alejará la posibilidad de una rebaja de calificación de la deuda soberana a corto plazo. Desde las agencias de calificación ya se ha advertido que los recortes anunciados por Washington son insuficientes para evitar una degradación del rating.

A todo ello hay que sumar el hecho de que los últimos datos de actividad y crecimiento en el país dan escaso margen para alegrías. En ese capítulo -el de la incidencia sobre el crecimiento- se concentran buena parte de las advertencias sobre los posibles efectos perjudiciales que el acuerdo puede tener para la economía estadounidense. Pese a que la regla de mantener un equilibrio entre endeudamiento y recorte de gastos comprometida por Obama evitará que el gasto continúe creciendo de forma desmesurada - la deuda pública de EE UU se ha disparado de 7 a 14 billones de dólares en los últimos cuatro años y supone ya casi el 100% del PIB- los expertos auguran que ello frenará tanto el consumo como la inversión y lastrará la vitalidad de una economía que todavía no ha salido de la crisis. Un riesgo a temer no solo por las empresas y los ciudadanos estadounidenses, sino también por el resto de las economías, tanto desarrolladas como emergentes, fuertemente interconectadas de forma global.

Los efectos colaterales que las malas noticias de EE UU han tenido sobre los mercados internacionales y la fuerte presión vivida ayer sobre la deuda soberana española han servido para evidenciar de nuevo que, a los ojos de los inversores, España continúa anclada en el grupo de economías en permanente cuarentena y a las cuales se mira con un plus de desconfianza. Ni la noticia del adelanto de las elecciones avanzada por José Luis Rodríguez Zapatero, ni la puesta en marcha del segundo rescate de Grecia, ni los resultados de los recientes test de estrés obtenidos por la banca española han conseguido situar a España fuera del punto de mira de los mercados. A la vista de este escenario, la única herramienta de que dispone la economía española para recuperar la credibilidad y reducir la presión sobre su deuda soberana es continuar ahondando en más y más profundas reformas modernizadoras. Una tarea cuyo cumplimiento depende en estos momentos de la llegada de la cita electoral y de la toma de posesión del Gobierno que saldrá de las urnas las el próximo 20 de noviembre. A él le corresponderá continuar con los ajustes necesarios para recuperar la confianza de unos angustiados mercados.

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