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Tribuna
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¿Existe un nuevo abogado de negocios?

Puede hablarse hoy con propiedad de un nuevo abogado de negocios? Una amiga me decía que, dado el ritmo de trabajo y el número de operaciones actual, ella pensaba que se había perdido profundidad en los razonamientos jurídicos. Estas son mis conclusiones tras reflexionar sobre el tema.

En sentido estricto, el abogado de negocios es el de corporate, el que los americanos llaman el deal doer. El que interviene en las operaciones de compraventa de empresas, en las operaciones de fusiones y adquisiciones (M&A). Creo que este es el que más ha visto cambiada su escena profesional. Por extensión, otros abogados que trabajan para las empresas en los despachos pueden considerarse como de negocio pero, aunque algunas de las conclusiones que veremos les son aplicables, las circunstancias de su ejercicio han cambiado menos. Voy a centrarme en España, donde tenemos nuestro propio conjunto de elementos a considerar.

Desde mediados de los años ochenta, aparecen en nuestro país las primeras sociedades de capital riesgo y con ellas las operaciones de M&A comienzan a proliferar. Creo que en el origen del nacimiento del posible nuevo abogado de negocios está este hecho y viene a sumarse a otros que tienen que ver con la naturaleza del trabajo y la manera de realizarlo.

El aumento de operaciones ha ido creciendo cada año hasta que la crisis de 2008 lo frenó. En los últimos 25 años los cambios tecnológicos (telefonía y computación móvil e internet) han acompañado y posibilitado el crecimiento en número y volumen de operaciones. La profesión se halla hoy en un punto alto de la curva de aprendizaje de su especialidad, impensable al comienzo de los años noventa, ello les permite llevar simultáneamente más operaciones de mayor volumen y la responsabilidad adicional que ello supone.

Este tipo de ejercicio profesional intensivo, facilitado a la vez que inducido por unos medios técnicos muy sofisticados y por la mundialización de la economía, ha configurado un abogado cuya operativa mental, capacidad de respuesta y amplitud de perspectivas ante los hechos económicos son nuevos, diferentes del de mediados de la década de los ochenta. No he mencionado hasta ahora que para dominar hoy este campo profesional se requieren unos conocimientos económicos y empresariales sólidos que antes solo algunos abogados poseían.

En España es hoy corriente, entre los abogados jóvenes, encontrar muchos con la doble titulación en Derecho y ADE (Administración y Dirección de Empresas). Esta formación sin el dominio del inglés y, con frecuencia, algún otro idioma sería casi inútil. Debe asumirse, además, que todos ellos conviven confortablemente con las tecnologías más sofisticadas y las utilizan habitualmente. Este perfil profesional difiere notablemente del de anteriores generaciones.

Hasta ahora solo hemos revisado condicionantes intrínsecos del trabajo de estos profesionales, sin embargo los cambios operados, también desde mediados de la década de los ochenta, en el tipo de empresa en que prestan sus servicios son también muy importantes. España es quizás el país de Europa continental donde los abogados más se han organizado en despachos grandes y medianos. Esto es importante para los clientes. En la abogacía de negocios la marca del despacho importa mucho, tanto o más que quién sea el abogado encargado.

La vida profesional en los despachos grandes transforma de manera drástica el día a día de los abogados, sus expectativas, sus responsabilidades, sus tareas, las competencias que han de desarrollar para poder progresar y, finalmente, llegar a socios. Antes, un abogado de negocios se dedicaba a ser abogado el 95% de su tiempo, hoy tiene que hacer muchas más cosas. Trabajar en un despacho grande implica seguir los procedimientos internos, alcanzar mayores objetivos de facturación, captar clientes, desarrollar a los abogados más jóvenes, vender internamente su calidad, evaluar al equipo y ser evaluado con frecuencia (hoy hay muchos más filtros para llegar a socio), etcétera. En definitiva, han de hacer lo mismo que muchos de sus clientes y eso les permite entenderlos mejor. Todo ello requiere todo un nuevo conjunto de actitudes y competencias.

Si a todo lo dicho añadimos los condicionantes económicos: la crisis económica general, más aguda en España, y el cambio en la manera de facturar los servicios profesionales de la abogacía -facturar las horas a precios de tarifa es una práctica declinante-, vemos que las posibilidades de lograr los objetivos económicos que se les asignan son menores.

Creo que los nuevos abogados, y ya afirmo su existencia, teniendo el mismo propósito profesional que antes, se enfrentan, con pocos modelos válidos que les sirvan de referencia, a un ejercicio más exigente, en un medio más duro, con progresiones de carrera más difíciles y un mundo económico más incierto. No lo tienen fácil.

Juan Francisco San Andrés. Director de recursos humanos de Gómez Acebo & Pombo

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