Lectura de una crisis europea
No, no ha sido ni tampoco es esta una crisis europea. Lo parecía en los últimos años. Al otro lado del Atlántico, la megapotencia atraviesa enormes dificultades financieras y presupuestarias. Pero ese es un pulso político entre republicanos y un presidente que aspira a la reelección. Lo que empezó allí como manifestación de la crisis de las hipotecas basuras y tóxicos financieros de todo pelaje, como paladines de los excesos de la no regulación, o de mínimos y la liviandad en el control, pronto se ha instalado en una Europa donde el constructo político es débil, y la unión económica y fiscal simplemente inexistente. El Fondo Monetario alerta, censura la actuación de Europa, cuestiona y sugiere. No se le escucha. Helmut Kohl, el viejo gran canciller, también estadista, clama frente a Angela Merkel, corazón helado y exigente hasta el extremo, y le declama por su Europa, la que junto a Delors, Mitterrand, incluso Thatcher y González, erigió. Tal vez precipitadamente, pero la situó en su momento más estelar, máxime si se compara con el actual. Un momento donde Europa está sin pulso, sin corazón, sin liderazgo.
Sarkozy corre a Berlín y Berlín avisa de que nadie espere demasiado ni pasos espectaculares. Cada palo empieza a aguantar su vela. Deja caer la posibilidad de una suspensión de pagos, de un default. No quiere la germana que todo el peso del segundo rescate griego recaiga sobre el Banco Central Europeo, busca la iniciativa privada. Europa, el constructo, hace agua. Tal vez hacia la deriva misma, la deriva europea. Desconcierto, individualismo, descoordinación. Una y otra vez. No es la primera, pero ahora aflora con contumacia a propósito de la crisis griega y la soterrada amenaza germana de dejarla caer en bancarrota.
Nadie sabe a día de hoy ni cuándo ni tampoco cómo acabará esta crisis. Una crisis global pero que golpea inmisericorde al corazón europeo arrastrando a la ciénaga de la quiebra misma a los periféricos, significativamente los países mediterráneos. Países que siguen empeñados en no hacer las reformas estructurales contundentes y urgentes, necesarias y vitales. Ni financieras, ni económicas, ni laborales, ni educativas, ni sanitarias, etc. Difícil, que no angosto, el camino de Europa. Retos hercúleos aguardan los próximos años, incluso las próximas décadas a este gran constructo que es la Unión. Es débil, lábil y dúctil a la vez. Mediocres líderes y melifluos liderazgos políticos. El guion y la partitura están abiertos. Probablemente hoy más que nunca, cuando los detractores y escépticos, henchidos de alharaca hueca y cierta logomaquia gubernamental, llevan las riendas de Bruselas. Sobra vanidad, arrogancias y halos de misterio que no conducen a ninguna parte. Falta creer más en Europa y en sus ciudadanos. Ya cansa la sobreactuación de Merkel y Sarkozy que irrumpen sin fuerza ni liderazgo real en este escenario elegiaco que es ahora mismo Europa, en trance de no saber hacia dónde ir una vez más. De repente atrapa el protagonismo del Elíseo y nos habla hace tres años de capitalismo de rostro humano en medio de la voracidad de una crisis ignota pero también ignorada por analistas, estudiosos, agencias y especuladores. Hablan de una "dirección política" para una Europa huérfana y errante de sí misma, víctima de su éxito y de una ambición sobre pies de barro y arcilla, vano eufemismo retórico y tal vez hipócrita.
El papel que juega la Unión Europea en el escenario internacional no es el que realmente le debería corresponder por su peso y posición, tanto política como económicamente. Alemania sigue hablando de su receta de rigor y austeridad, control y eficiencia más esfuerzo y constricción. Italia ha rozado con su mentón el suelo de las vanidades y amenaza aún hoy con abrir una espita insondable y que arrastrará a más de uno, entre ellos la titubeante e insegura España. ¿A qué obedece este relegamiento voluntario de Europa a pesar de simular un protagonismo irreal y que ahora se traduce en exigir una agencia de calificación financiera europea? Institucionalmente no deberían existir fisuras y sin embargo las hay. El diseño institucional está lastrado por viejas inercias y cotas de poder que hacen poco o nada funcional el sistema y que sucumbe de nuevo ante esta crisis económica lacerante y larvada. Respuestas internas más que comunes.
Empieza a sobrar demagogia en Europa, se adolece de falta de valentía, audacia, saber dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Estamos echando un pulso equivocado. ¿Qué Europa queremos y hacia dónde y con quién queremos ir? Tal vez se ha ido demasiado deprisa, distante de una ciudadanía que siente lejano el horizonte de un sueño, la Europa unida. Las crisis no son malas per se, al contrario, ayudan a avanzar desde la reflexión, el sosiego y el sentido común, mas eso sí, siempre que se tenga claro hacia dónde se quiere ir.
Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade