Europa escala el Galibier griego
Las miradas de muchos ciudadanos europeos se volverán hoy hacia los Alpes franceses, donde Alberto Contador, Samuel Sánchez, Cadel Evans o los hermanos Frank y Andy Schleck, entre otros, se juegan el maillot amarillo en el Tour de Francia. Un poco más al norte, en Bruselas, se librará otra encarnizada batalla. Mucho menos vistosa, pero de consecuencias potencialmente muy perniciosas para los bolsillos de esos mismos ciudadanos europeos. En la capital comunitaria, Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y el resto de su pelotón político afrontan el polémico segundo rescate de Grecia. Se trata de la enésima etapa de una crisis, la de la deuda soberana, que nunca parece acercarse al final.
Sin embargo, tal y como sucede en el Tour de Francia, la de hoy no es una jornada más. Es una auténtica etapa reina. Está en juego, ni más ni menos, que gran parte del futuro inmediato de la Unión Monetaria. Y si la cumbre del Eurogrupo fracasa en el ascenso de su particular Galibier griego, el futuro deparará otra oleada de tormentas financieras a resultas de la cual incluso la moneda única podría tener los días contados. Un desenlace fatal que se puede y se debe evitar a toda costa. Aunque resulte un escenario no descartable a la vista del penoso rendimiento del pelotón europeo durante las anteriores etapas. "No podemos actuar a la ligera o la historia juzgará muy duramente a esta generación de líderes europeos", advirtió ayer el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, desde la cuneta en la que Alemania y Francia han dejado a su organismo una y otra vez.
La zona euro no puede dejarse derrotar por la factura de un segundo rescate griego que, según los cálculos de la Unión Europea (UE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), asciende a unos 162.000 millones de euros hasta mediados de 2014. Los nuevos préstamos y la recaudación del programa de privatización que pondrá en marcha Atenas sufragarán la mayor parte de esa factura. Solo queda un tramo realmente infernal de unos 30.000 millones de euros que Alemania, Holanda y Finlandia quieren cubrir con la participación del sector privado.
Dicha participación, en principio, puede ser conveniente para facilitar el apoyo de la población europea a la nueva intervención. Sin embrago, no se puede convertir en una medida populista que acentúe aún más el problema y acabe elevando la factura para los contribuyentes europeos. Los expertos advierten que todas las fórmulas barajadas hasta ahora (desde el compromiso de la banca para renovar su exposición a la deuda griega hasta la recompra de bonos en el mercado secundario con bonos europeos) presentan peligrosas contraindicaciones que podrían extender la crisis griega a las grandes economías de la zona euro, con Italia y España en la primera línea del frente de batalla. Y todos ellos coinciden también en que sería un tremendo error provocar ese contagio. La alternativa planteada, un impuesto a la banca, tampoco está exenta de dificultades políticas y legales, así como de dudas sobre su calendario y su impacto real y definitivo. Cabría preguntarse por qué gravar a los bancos y no a las aseguradoras o fondos de pensiones. O por qué al sector financiero y no a la construcción, a los fabricantes de automóviles, a la distribución o al turismo, que también se beneficiaron de la explosión del crédito durante la primera década del euro. Aún más. Una tasa de ese tipo acaba inevitablemente trasladándose, de una manera o de otra, al cliente, que no es otro que el contribuyente.
En todo caso, la zona euro no puede enfrascarse en estos momentos en grandes debates de diván sobre fiscalidad y justicia social. La fisura griega debe cerrarse sin dilación. Y poner fin a un año y medio de caídas y magulladuras sin provocar una caída de todo el pelotón. Las autoridades políticas comunitarias tienen ante sí posiblemente el momento más crítico desde que se inició el extraordinario proyecto de la Unión Europea que tanta prosperidad ha generado en el Viejo Continente. Estamos, sin duda, ante la hora de las decisiones, aunque sean duras y desagradables. Ante la hora de los líderes de verdad. Ante la hora de la política con mayúsculas. Un nuevo fiasco sería no ya decepcionante, sino muy peligroso.