Todos los ojos están puestos sobre Lagarde
La francesa Christine Lagarde ha tomado posesión de su cargo al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en medio de nuevas e inesperadas revelaciones en torno al escándalo protagonizado por su predecesor, Dominique Strauss-Kahn. En un esfuerzo por dejar claro el repudio de la institución hacia la conducta de su ex director gerente y la apertura de una etapa de tolerancia cero, el FMI ha impuesto a Lagarde un contrato en el que se exigen "los más altos estándares de conducta ética" y el compromiso de evitar cualquier "apariencia" de conducta inadecuada. Junto a esa declaración de intenciones, se ha incorporado otra novedad: una subida de sueldo del 11% para la nueva directora. Un gesto cuanto menos sorprendente, dada la coyuntura que se vive actualmente tanto en el conjunto de la economía mundial como en la propia institución.
Pese a los comprensibles afanes del FMI por dejar atrás los ecos del escándalo sexual que ha salpicado la imagen de la institución, ni una cláusula contractual ni un salario generoso podrán por sí solos restablecerla. Será la labor diaria de Christine Lagarde, una sólida profesional de amplia experiencia tanto en el sector privado como en el público, y su gestión al frente del organismo lo que deberá demostrar que en el Fondo Monetario soplan nuevos y más austeros vientos. Y en esa tarea, la exministra de Finanzas francesa debe ser consciente de que su papel en esta nueva etapa del organismo será fiscalizada de un modo especialmente estrecho.
Los retos a los que se enfrenta Christine Lagarde van, sin embargo, bastante más allá de la imagen y la ética. La necesidad de proporcionar una mayor presencia a los países emergentes -cuyo peso en la economía global es cada vez más importante- será una de las principales tareas de la nueva directora, cuya elección muy probablemente pueda constituir la última ocasión en que se aplique la regla no escrita que sitúa a un europeo al frente del FMI y a un norteamericano en el Banco Mundial. Junto a esa labor de equilibrio de fuerzas, Lagarde deberá abordar una profunda reforma del organismo que incluye dos grandes y complicados frentes. El primero de ellos consiste en llevar a cabo un fortalecimiento de la función previsora del Fondo, fuertemente cuestionada incluso desde dentro de la propia institución tras el estallido de la crisis financiera y que incluye flagrantes errores de diagnóstico, como el haber calificado al posteriormente quebrado sistema financiero islandés de "robusto" y "resistente". El segundo apunta a perfeccionar la coordinación con los bancos centrales para reforzar la vigilancia del sector financiero. Y en medio de ambos, la necesidad de culminar una gestión objetiva y neutral de la crisis griega. Toda una lista de importantes y difíciles deberes.