Germanizar el modelo de crecimiento
La canciller alemana, Angela Merkel, agitó ayer el debate europeo, por enésima vez, al pedir una homogeneización de las condiciones de jubilación y del descanso por vacaciones incluso en toda Europa. Su obsesión por la corresponsabilidad financiera dentro de la Unión Europa, ciertamente empujada por el renacimiento de esa visión de las cosas en Alemania desde que la crisis ha destapado las deficiencias de los países periféricos y la necesidad de costearlas con el esfuerzo común, ha removido la conciencia de la ciudadanía en todo el continente. Conviene recordar que desde que la crisis económica comenzó a abrirse paso a dentelladas contra el empleo en España, las miradas de envidia se dirigieron desde el principio a Alemania, cuyo modelo eminentemente industrial preservaba altas tasas de asalarización, a sabiendas de que en absoluto era aplicable en España, puesto que la dimensión de la actividad manufacturera aquí es muy limitada, y muy expansiva la de servicios de bajo valor añadido, como el turismo, y la cíclica de la construcción residencial.
En unas cosas para bien y en otras para mal, Alemania se ha convertido, a la vez que en el gran impulsor del euro, en el gran beneficiado de la moneda única y, en paralelo, en un auténtico espejo para los países víctimas de la recesión. Para España, en concreto. De hecho, el componente que ahora tira, aunque sea modestamente, de la economía es aquel más germanizado, que con sus ventas al exterior ha logrado salvar el primer trimestre del año de la recesión. De hecho, los dos motores internos del crecimiento siguen parados, inversión y consumo, atrapados ambos en una espiral destructiva que es urgente revertir. El consumo privado se contrae por la pérdida de renta disponible que provoca la caída del empleo, no concluida aún (se pierden 250.000 empleos al año, un 1,4% de los existentes), así como por las subidas generalizadas de los impuestos en los dos últimos años, pero de manera más apreciable desde julio de 2010. El ajuste es de tal magnitud que los valores positivos recuperados en el tramo final del año pasado se ha tornado de nuevo en tasas intertrimestrales negativas. En cuanto a la inversión, sigue anclada en tasas negativas por el arrastre de la construcción, residencial y de obra civil, pese al avance, muy ligero y desgraciadamente decreciente, de la inversión en equipo. Y mientras el sistema financiero siga sin ajustar sus balances no habrá posibilidades de recuperación del crédito, algo imprescindible para activar la inversión.
Como todos los analistas apuntaban, la demanda interna ha entrado en un letargo de tasas negativas cercanas a cero, pero negativas a fin de cuentas, mientras que solo la externa tira de la actividad. La economía española está a merced de las demás. Las ventas al exterior, estimuladas por el fuerte crecimiento alemán, francés u holandés, crecen ya a tasas del 11% impulsadas por las manufacturas de consumo y los componentes para automóviles. Además, la atonía de compras de bienes importados, consecuencia de la debilidad interna, ha ayudado a que el saldo exterior lidere el crecimiento.
Este comportamiento se ha traducido también en un avance muy notable de la producción industrial, frente a un estancamiento de los servicios, aunque con las limitaciones que el aparataje industrial español tiene. Pero este camino iniciado por la economía, ya reproducido en el pasado cada vez que arrancaba tras una crisis, debe consolidarse ensanchando la capacidad exportadora; debe germanizarse lo máximo posible, haciendo apuestas decididas por la producción industrial de medio y elevado valor añadido.
La apuesta no es fácil, pero en ella hay que poner todos los esfuerzos: modelar un mecanismo de crecimiento que soporte los vaivenes de las crisis con más entereza que el actual, al menos en términos de empleo. No se improvisa una forma de producir en unos meses ni en unos años. Además de la mentalidad de los españoles ante la economía, hay que cambiar los mecanismos formativos para que tengan efectos multiplicadores en forma de iniciativas de nuevos negocios. Y en paralelo, y sin demora alguna, todas las reformas que contribuyan a mejorar el clima de los negocios lo más orientados posible hacia los más pujantes y solventes mercados exteriores. Un modelo, en definitiva, lo más germanizado posible.