Persiste la recesión blanda
El presidente del BCE comentaba esta semana que los bancos en la zona euro están ya en condiciones de ampliar sus balances y proporcionar crecimientos del crédito y que, de hecho, en términos agregados ya lo están haciendo. Pero ese inicial ambiente de recuperación en el continente, e igualmente replicado en EE UU, aunque sea con la respiración asistida de la expansión cuantitativa, en España no se detecta: los bancos han advertido que habrá una "fuerte y prolongada" caía del crédito, que algunos estiman en cifras superiores al 5% para este año. En definitiva: está empezando una fiesta en Europa, pero a nosotros no nos han invitado. El crecimiento económico de España fue del 0,2% en los tres primeros meses del año, según el primer avance del Banco de España, por la única aportación positiva de las ventas al exterior, ya que la demanda interna siga paralizada, puesto que paralizada está la expectativa del sector privado con una renta disponible decreciente todavía.
El Banco de España ha apostado finalmente por repetir en el primer trimestre del año el comportamiento relativo que la economía registró en el último de 2010: un modesto crecimiento anclado exclusivamente en la demanda externa, en la demanda de las economías que han dejado atrás plenamente la recesión. El gasto interno sigue muy pasivo por factores reales y psicológicos. Los reales son la pérdida no culminada de empleo y la pérdida aparejada que lleva de renta, doblemente dañada por la subida de los impuestos, el recorte de las trasferencias públicas a colectivos muy numerosos y al avance de la inflación. Pero los reales contribuyen también a cebar los factores psicológicos que conforman las expectativas de los hogares y de las empresas, sobre todo aquellas que operan solo en el territorio nacional. La ciudadanía no considera despejado el horizonte para iniciar otra oleada de gasto en consumo e inversión, entre otras cosas porque sigue detectando pérdida de empleo a su alrededor, y en muchos casos en sus propias vidas. Pese a haber acumulado altas tasas de ahorro en los dos últimos años, la visibilidad sigue siendo muy escasa.
Además, las condiciones financieras se han endurecido notablemente en España, pese a que se han despejado en parte las turbulencias internacionales que presionaban, seguramente en buena parte de forma injustificada, a la economía española. Es la situación de la banca, obligada por convicción propia y por la presión del supervisor, la que endurece el crédito y contribuye a que España se instale en una segunda fase de recesión blanda (el PIB crece tan escasamente que se destruye empleo), mientras el resto de países avanzados consolida la recuperación. Seguramente es muy necesario el ajuste de los balances de los bancos y el desapalancamiento paulatino de los hogares para reforzar el sistema financiero y retomar, aunque sea dentro de un par de años, el crecimiento más sano. Pero el Banco de España, principal agitador de este proceso tras cometer errores de bulto desde que comenzó la crisis (no otra cosa que error puede considerarse el hecho de tener que terminar interviniendo un par de instituciones que estaban bajo su vigilancia desde hacía años), insiste en que los asalariados, que acumulan (y generan) la mitad del PIB no hacen aportaciones suficientes para consolidar el crecimiento.
Culpabiliza otra vez a los salarios, con su mecanismo de negociación y garantía, de elevar los costes laborales, inyectar efectos de segunda vuelta en la inflación y deteriorar la competitividad. A lo peor tiene razón. Pero cuando la renta disponible cae, aunque un avance nominal de las rentas salariales solo recompone ilusoriamente el poder adquisitivo, no parece que sea el principal problema de este país. Tiene otros no menos graves y ancestrales que atenazan las decisiones de los agentes económicos.