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Columna
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Los viejos hábitos tardan en morir

La compensación para los consejeros delegados de los bancos vuelve sigilosamente a los malos viejos tiempos. Claro, en los bolsillos de prácticamente todos ellos hay cantidades más pequeñas que antes de las crisis. Pero después de un año o dos de relativa moderación, sus consejos están de nuevo comenzando a favorecerles.

El paquete de Brian Moynihan parece el más grave: el jefe de Bank of America se llevó a casa 10 millones de dólares a pesar de presidir unas pérdidas de 3.600 millones de dólares y un rendimiento negativo de más del 11%. El consejero delegado de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, recogió un 40% más que en 2009, aunque las ganancias cayeron en la misma cuantía y el rendimiento total fue un irrisorio 2,5%. Y mientras los ingresos de Barclays por operaciones básicas se incrementaron casi un tercio, los 9 millones de libras del nuevo consejero delegado, Bob Diamond, superaron ampliamente ese ritmo, nueve veces lo que su predecesor John Varley recibió hace un año.

No todo está tan descontrolado. JP Morgan tiene un bonus tope del 20% de Jamie Dimon. Otros estuvieron más atentos a la relación entre remuneración, beneficios y rendimientos de las acciones. El jefe de Deutsche Bank, Joe Ackermann, se llevó un recorte salarial, aunque solo del 6% a pesar de que los beneficios cayeron más. Morgan Stanley volvió a la rentabilidad, pero el consejero delegado, James Gorman, recibió casi la mitad de la compensación de 2009. Ambos hombres también obtuvieron una participación enorme de los beneficios de su compañía. Gorman recibió el 0,23% de los dividendos y Ackermann el 0,27%. Ken Chenault, de American Express, los ganó a los dos: su invariable compensación de 20.500 millones de dólares para 2010 representó un fresco 0,5% de los ingresos.

Solo UBS y Citi, los mayores perdedores de la crisis, mostraron un poco de modestia. Ni Oswald Gruebel ni Vikram Pandit, sus respectivos consejeros delegados, recibieron un bonus, a pesar de la mejora del rendimiento. Por ahora, parecen haber aprendido de la crisis bancaria que los accionistas no deberían desempeñar un papel secundario en la gestión.

A. Currie y M. Doyle

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