El yugo energético de España
Las revueltas populares en el norte de África y Oriente Próximo y la vertiginosa escalada de la crisis libia han disparado en las últimas semanas el precio del petróleo. El barril de Brent llegó a rozar ayer los 120 dólares, un nivel desconocido desde el verano de 2008. La revalorización del crudo se ha disparado este año un 21% en los mercados internacionales, y solo en esta semana lo ha hecho un 12%. Como es habitual, el ascenso ha tenido un efecto casi automático -y adelantado- sobre el precio de los carburantes: el litro de gasolina ronda los 1,285 euros, un 1,2% más que la semana pasada. Tal y como se están desarrollando los acontecimientos, la carrera de precios parece abocada a proseguir al alza y los más pesimistas apuntan a que el barril podría alcanzar los 200 dólares.
La reacción de la comunidad política internacional abarca ya todos los espectros de la escala de preocupación. Si ayer mismo Vladimir Putin recordaba que la subida del petróleo "es una amenaza para todo el mundo" -sin excluir a una potencia productora como Rusia- el Gobierno francés hacía un llamamiento de prudencia a los mercados. Pese a los reiterados compromisos de la OPEP para garantizar el suministro en caso de interrupciones, también la Comisión Europea se mostró alarmada y admite sin ambages el previsible efecto negativo que el alza del crudo tendrá sobre la inflación. Como reacción a ese aumento de los precios, se abre la puerta a una posible subida de tipos de interés por parte de los bancos centrales. Un efecto colateral negativo más para la recuperación económica, que tendría un impacto agravado en las economías rezagadas, como la española.
La situación de España frente a las crisis del petróleo es especialmente delicada. Con una dependencia energética superior al 80% y un gasto de consumo muy por encima del resto de nuestros vecinos, la necesidad de disminuir el lastre energético que padece la economía y clarificar definitivamente un nuevo modelo energético es un objetivo que no puede esperar más.
En esa hoja de ruta debe haber dos anotaciones claramente prioritarias. Una de ellas pasa por clarificar de una vez por todas un mix energético más equilibrado, construido bajo criterios de eficiencia económica y en el que la excesiva dependencia del petróleo deje paso a una mayor presencia de la energía nuclear. Como complemento, es necesario también reducir el gasto energético español. En ese sentido, el paquete de medidas de ahorro que hoy tiene previsto presentar el Gobierno y que incluye, entre otras, limitaciones de velocidad en los núcleos urbanos, es un paso necesario. Habrá que esperar a conocer su contenido completo para saber si, además, ese paso es suficiente. Porque la asignatura energética española es un capítulo que no admite ni experimentos ni demoras ni fracasos.