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Columna
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El mal genio del director de Fiat

Cuando se trata con Gobiernos, la diplomacia puede ayudar. Sergio Marchionne, consejero delegado de Fiat y de su hermano estadounidense Chrysler, dijo la semana pasada que había recibido unos préstamos "deshonestos" del Gobierno de EE UU cuando tomó el control del aquejado fabricante automovilístico en 2009. Como si ofender a Washington no fuera suficiente, también dejó entrever que algún día podría fusionar ambas empresas y trasladar su sede conjunta de Turín a Detroit. Fiat no tardó en acallar la controversia, y el presidente John Elkann aseguró al alcalde de Turín que la compañía permanecerá allí. Marchionne se disculpó por sus comentarios sobre los préstamos.

En el fondo, la afirmación de "deshonestidad" es falsa. El Gobierno de EE UU prestó a Chrysler unos 8.000 millones de dólares en 2009 como parte del rescate tras la quiebra -al mismo tiempo que daba a Fiat una participación del 20% con opción de tomar el control-. En aquel momento, ningún prestamista habría dado un solo centavo al grupo estadounidense. Y nadie le estaba apuntando a Marchionne una pistola en la cabeza. El consenso general fue que Fiat se hacía con un rival por casi nada. En efecto, el tipo de interés del préstamo, en un principio por debajo de la tasa de mercado, ahora resulta caro. A Marchionne le irrita que Chrysler tuviera que devolver unos 1.200 millones el año pasado, dejando la empresa en números rojos. Pero a eso se le llama pagar las deudas.

Luego está la cuestión de la sede. La declaración fue o bien delirante, o una amenaza vacía. Y tratar de mostrar a los sindicatos que la empresa tiene un plan B no es la maniobra más brillante. Marchionne ya se ha enfrentado a una votación crucial tras amenazar con trasladar la producción al extranjero. Es difícil de entender por qué quiere desperdiciar su victoria agitando una innecesaria bandera roja.

Por Pierre Briançon.

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