El caos egipcio hace mella
El valiente alzamiento de Egipto por la democracia tiene un precio. Los cuatro días de protestas sin precedentes contra el régimen de Mubarak han asustado a los inversores internacionales. Si bien es poco probable que el cambio político conduzca a una grave crisis financiera, quien se quede a cargo deberá resolver las finanzas públicas y restablecer el clima favorable a la inversión.
El índice de referencia del mercado egipcio perdió un 21% en solo dos semanas, mientras la frustración por el alto desempleo y una falta de democracia se extendían desde Túnez a las zonas más pobres del Magreb y el Golfo. Egipto difícilmente puede permitirse el lujo de ignorar las preocupaciones de los inversores. Los extranjeros tienen cerca del 7% de la deuda pública y el turismo representa el 5% de su PIB.
Los altos niveles de liquidez de los bancos y una deuda externa relativamente baja, en torno al 16% del PIB, indican que Egipto sería capaz de soportar una crisis de confianza -siempre que sea temporal-. Sus reservas oficiales le ayudarán a hacer frente a sus problemas de moneda corriente. Por otro lado, el déficit de cuenta corriente está cubierto por un flujo regular de inversión directa extranjera, sobre todo en la industria del petróleo y del gas.
Sin embargo, la actual crisis erosionará aún más el colchón financiero del país, ya golpeado por una recesión en el comercio mundial. El régimen de Mubarak tiene un historial de reforma económica, pero incluso antes de los disturbios, la esperanza de reducir la deuda pública desde su actual 60% del PIB fue desapareciendo. Las elecciones presidenciales fueron en septiembre, y se esperaba que el frágil líder subiera los subsidios a alimentos y combustible, en un intento de ayudar a mantenerse en el poder.
Por Una Galani