El niño prodigio se hace mayor
El Cofundador de Google da el estirón definitivo y releva a su tutor al mando del gigante tecnológico. El cambio supone una inyección de ingenio para el grupo.
Aprender a anudarse la corbata lleva su tiempo, y más si no es estrictamente necesario. En esa situación parecían encontrarse los dos inventores del mayor motor de búsquedas del mundo, hasta que uno de ellos aprendió el truco. Con 37 años, Larry Page acaba de salir de su burbuja y se ve preparado para afrontar las responsabilidades del mundo financiero. El próximo 4 de abril sustituirá en la dirección ejecutiva a Eric Schmidt, en el cargo desde 2001. Schmidt, de 55 años y con una larga experiencia al frente de empresas informáticas como Novell o Sun Microsystems, resumía recientemente la maniobra en su perfil de la web social Twitter: "La supervisión adulta del día a día ya no es necesaria".
A algunos analistas les ha sorprendido la sucesión. Tímido y reservado según muchos de sus compañeros, a Page se le ha visto en menos ruedas de prensa y eventos de campaña que a su socio, Sergey Brin. Otros expertos le comparan con Steve Jobs. Entre sus arranques de genialidad figuran el servicio de digitalización de libros, la polémica aplicación de Street View y una apuesta firme por Android, el sistema operativo para dispositivos móviles que apenas unas semanas atrás superó en número de usuarios a Apple. E incluso se ha empeñado en desarrollar una tecnología que permita que los coches se conduzcan solos.
Page heredó de sus progenitores la obsesión por los códigos. Su padre fue toda una autoridad en inteligencia artificial y su madre, practicante judía, es doctora en Informática. En su infancia se educó bajo el método Montessori y, fiel al cliché del niño prodigio, se entretuvo desmontando ordenadores. Ya en la Universidad de Michigan, donde se licenció en Ciencias de la Computación, construyó una impresora con piezas de Lego. A Brin le conoció en los cursos de posgrado de la prestigiosa Universidad de Stanford. No sin ciertos recelos al principio, terminaron trabando amistad. Por aquel entonces, Page estaba dándole vueltas a la forma de determinar la importancia de un documento en internet. De un proyecto conjunto surgió el buscador BackRub. Rebautizado como Google y aunando publicidad online, el invento se ha revelado como una verdadera máquina de hacer dinero. En el último cuatrimestre, los beneficios del grupo -incluyendo todos sus sitios web y programas de software- ascendieron a 2.540 millones de dólares.
Al tiempo que Page amasa su fortuna -valorada en cerca de 20.000 millones de dólares-, crecen sus excentricidades. En 2005, adquirió junto a su socio un Boeing 767 para viajes de negocios y escapadas de ocio. En su propio buscador de imágenes se pueden encontrar fotografías de Page retozando con una joven en los asientos del aeroplano. Es su actual mujer, con quien se casó hace tres años en la isla caribeña de Richard Branson -el magnate de la discográfica Virgin-. A la lista de chismorreos se une la compra de un yate por valor de 60 millones de dólares a principios de este mes. Irónicamente, la herramienta que tantas controversias le ha valido a su compañía es la misma que permite acceder a cualquier usuario a algunos hitos de su vida privada.
Ken Auletta, autor del libro Googled: el fin del mundo tal y como lo conocemos, retrata a los creadores de Google peleando por ejercer el poder que les ha dado su éxito. A la mezcla de ingenuidad y astucia que ambos combinan, el escritor de la revista The New Yorker añade la falta de inteligencia emocional. Y en una anécdota sobre Page, cuenta que éste, preguntado en una fiesta por el asunto clave del día que requiere atención gubernamental, espetó: "¡Colonicemos Marte!", seguido de un hondo asentimiento de sus contertulios. Para Auletta, tanto Page como Brin "pueden ser brillantes, pero difícilmente parecen sabios".
El español Bernardo Hernández, responsable del desarrollo de nuevos productos en incubación del gigante californiano, lleva tres años tratando con su inminente director todos los viernes, durante la reunión semanal. "Larry piensa constantemente a lo grande y tiene ese punto de locura de intentar lo imposible", comenta. De sus encuentros recuerda especialmente cuando le dijo que, aun después de todo lo conseguido, Google no ha hecho más que empezar. "Apenas se ha alcanzado el 1% del potencial de búsquedas por recomendación", exponía recientemente Page. Y a las mejoras de su principal servicio hay que añadir los lanzamientos de nuevos productos, como Google TV, una televisión a la carta por internet con Sony y Logitech como socios.
En 2008, Page recogió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, cinco años después de recibir un doctorado honoris causa del Instituto de Empresa. Entonces aseguraba estar "aún sorprendido por el éxito de Google". En unos meses, con su salto hacia adelante, será él mismo quien se encargue de preparar y desvelar las sorpresas de su criatura. "Quiero reinyectar en Google la velocidad y la destreza que tenía cuando era una start-up", anunciaba hace unos días.
Pero detrás de la chispa y el renovado espíritu emprendedor que proclama el nuevo valedor de Google, pueden existir otras motivaciones para el cambio. Por un lado, Schmidt -que pasará a ocupar la presidencia de la firma-, se opuso a la voluntad de los fundadores de retirarse del mercado chino por los problemas de censura. Por el otro, una nueva imagen supone una oportunidad para reinventarse y tomar impulso ante fuertes competidores como Facebook. Tratando de aclarar los puntos, el especialista en Google de Gartner, Whit Andrews, lanza algunas ideas: "El año que ha transcurrido desde la controversia puede que haya cambiado la actitud de Page frente al Gobierno chino". Y en cuanto a Facebook, el enfrentamiento puede no ser la solución. "El desafío clave es cómo cooperar con ellos y apalancar su éxito", explica.