Juan Rosell tiene el reto de la competitividad
La empresa española afronta años francamente duros, con los mercados nacionales deprimidos por un consumo que tardará en retomar niveles que sostengan crecimientos capaces de crear empleo. Esto deja a los mercados exteriores como el único sustento para reactivar la actividad nacional, siguiendo un patrón que se repite en todas las crisis en España. Pero en esta ocasión, la imposibilidad de utilizar las políticas cambiarias impide ganar competitividad internacional vía depreciación. Por un lado, la mitad de las exportaciones españolas tienen como destinos países que comparten la misma moneda y, por otro, la composición de la zona euro mantendrá la divisa común sobrevalorada frente al dólar, la libra, el yuan o el yen. Por tanto, la única alternativa que tiene la empresa española de mantener sus ventas en el exterior, o incluso ganar cuota, es mejorar una competitividad muy mermada. Para ello es imprescindible que el Gobierno apruebe cambios estructurales con efecto directo sobre el modelo económico y productivo español. Aunque es preciso igualmente que las empresas aborden sus propias reformas, invirtiendo con el fin de dotar de más calidad y mejor precio a sus productos y servicios.
Esta es la pesada herencia que recibe el nuevo presidente de la CEOE, Juan Rosell, elegido ayer por el 63% de los votos emitidos en la asamblea. El amplio respaldo es afortunadamente una garantía del apoyo de una organización que conoce bien gracias al cargo de presidente de Fomento del Trabajo, la asociación empresarial catalana, que ocupa hace 15 años. Además, su experiencia como empresario le dota de una sensibilidad incuestionable para afrontar la defensa de los intereses del colectivo con un conocimiento de primera mano. Conocimiento interno de la organización y experiencia empresarial son, por fortuna, dos cualidades complementarias y valiosas para enfrentar los retos que esperan a Rosell en los próximos años.
El liderazgo perdido por la CEOE durante la presidencia de Gerardo Díaz Ferrán, y muy espacialmente en su etapa final, ha pesado como una losa en la capacidad de interlocución de la patronal con el Ejecutivo y los sindicatos. Juan Rosell tiene como prioridad recuperar esa comunicación con urgencia, y hacerlo con suficiente fortaleza para asegurar que los cambios normativos que se deben abordar en los próximos meses tienen el calado suficiente. Reformas a medias, como la laboral, son una mala solución. Su desarrollo, actualmente en negociación, puede permitir sin embargo mejorar aspectos inconclusos, como la flexibilidad interna de las empresas.
La reforma de la negociación colectiva es también una oportunidad única para resolver estas deficiencias, y corresponde a Rosell impulsarla con fuerza. La acertada advertencia del Gobierno a los agentes sociales de que se compromete a legislar incluso si no hay acuerdo con los agentes sociales ha de servir como acicate para alcanzar un pacto largamente aplazado.
Igualmente esencial es la negociación salarial para el año próximo, amenazada por una inflación que merma el poder adquisitivo de los trabajadores y ofrece a los comités de empresa argumentos para subidas inadecuadas en estos momentos. Resistir a las presiones, pero sobre todo, convencer de la oportunidad de mantener la moderación salarial, es una tarea que no debería interferir en las nuevas relaciones entre sindicatos y patronal. Por último, el endurecimiento de las condiciones para cobrar una pensión se convertirá en el gran bautismo de fuego de Juan Rosell como máximo dirigente de los empresarios.
No obstante, sus retos no solo están extramuros. La compleja estructura de la CEOE, con una veintena de vicepresidencias, es totalmente inviable. Reducir el número implica un desgaste inicial para el nuevo presidente, que tendrá que señalar las organizaciones a las que se rebaja el estatus. Pero es una labor imprescindible, y de su buen resultado depende la solidez de un liderazgo que debería huir de tintes presidencialistas. Quizá este nuevo espíritu permita a la patronal ganar confianza entre muchos colectivos de empresarios, hoy fuera de la organización al considerar que CEOE no defiende bien su intereses.
