Por fin, costes laborales negativos
El índice de costes laborales armonizados que elabora el Instituto Nacional de Estadística revela que en el tercer trimestre del año, y en tasa interanual, se produjo un descenso de los costes en España, tanto de forma general como desestacionalizada. Es la primera vez en los diez años de la serie estadística que se produce una caída de los costes por hora de trabajo, y desde luego la primera que ocurre desde que se inició la crisis económica, allá por 2008. Tres años han tenido que pasar para que el mecanismo de formación de precios y salarios se ajuste a la presión de la realidad. Tres años en los que los agentes económicos y sociales, con la inestimable ayuda de la legislación extintiva de la relación laboral, han preferido realizar el ajuste de la actividad por cantidad en vez de por precio. Tres años en los que la variable empleo ha soportado el ajuste con la pérdida de más de dos millones de puestos de trabajo, mientras que su coste, los salarios, han mantenido, impertérritos, su avance nominal paulatino.
Solo la presión de las circunstancias, la fuerte caída de la demanda de bienes y servicios y quizás el agotamiento de la capacidad de maniobra que proporciona el ajuste de las plantillas han llevado a las empresas y los representantes de los trabajadores al convencimiento de que hay que explorar la vía de la reducción de los costes (laborales y no laborales) como fórmula para recomponer los márgenes y quizás las ventas si tal reducción va acompañada de la de su contrario: los precios finales.
Los sindicatos y la patronal firmaron hace ya un año un pacto salarial a tres años en el que admitían que las demandas de subidas nominales superiores a la inflación practicada en los años que van de este siglo terminan siendo insostenibles y abocando al sistema productivo a un parón radical. Pero el contenido del pacto quizás sea cuantitativamente agresivo para el empleo, puesto que salvo en 2010, donde admite subidas salariales de como mucho un 1%, el resto de los años permite subidas que siguen siendo incompatibles con la situación de la demanda agregada, ahora quizás más amenazada que cuando se firmó el pacto salarial por los recortes de gasto público y la presión de los mercados financieros sobre los tipos de interés.
Las empresas deberían, con el apoyo de los comités, practicar los descuelgues allí donde sea necesario para evitar nuevos ajustes del empleo, que ha soportado ya todos los rigores de la crisis. Esa es la señal que envía el indicador de costes armonizados por hora, con descensos en todos los sectores (suben actividad inmobiliaria y financiera por los despidos), y que no es ni más ni menos que el reflejo de la única opción laboral que las empresas tienen hoy como alternativa a nuevos despidos. Dada la pasividad de las reformas gubernamentales, es probable que sea la única fórmula para rescatar parte de la competitividad perdida.