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No hay derecho, no tienen derecho

Más de un cuarto de millón de personas están atrapadas por una huelga salvaje y no convocada del colectivo de controladores aéreos que sufre este país. El puente de la Constitución se ha convertido en un calvario para miles de familias. Por muchos certificados médicos que esgriman los controladores (y va siendo hora de que alguien investigue quién y por qué firma cada uno de éstos), sus actuaciones ignoran la ley y llevan demasiado tiempo riéndose de unos ciudadanos que les dan de comer a cambio de su trabajo. Al mismo tiempo, los pilotos de las aerolíneas amenazan con huelgas para esta Navidad.

Mientras las aerolíneas se preguntan en manos de quién están, los pasajeros se sienten secuestrados por un reducido grupo que actúa con técnicas reprobables. Lejos de discutir sus inadmisibles privilegios y sin poner en duda lo delicado de su trabajo, algo falla de manera estrepitosa una y otra vez en las negociaciones con este colectivo. Y una vez más se echa de menos la Ley de Huelga, uno de esos desarrollos de la Constitución aún por realizar. ¡Y este lunes 6 de diciembre ya van 32 años esperando!

Dan risa quienes esgrimen disculpas para quienes no tienen derecho a ellas. No sólo se está jugando con la libertad de movimiento de los ciudadanos, sino con la ilusión del disfrute de un tiempo de ocio cada día más necesario en tiempos de crisis.

El ministro de Fomento creyó tener atado el problema con sus últimas medidas y la escenificación de un pacto que se ha demostrado ridículo. Lejos de ello, se enfrenta a un conflicto propio de país desorganizado, que no sabe resolver sus problemas y, más aún, que no cuida de sus ciudadanos. Lo mínimo que se le puede exigir es una decisión rápida y definitiva, pero tan sosegada como ejemplar. No estamos en tiempos de amenazas, ni de enfatizar que está en marcha un gabinete de crisis, ni de pobres disculpas desde el Ejecutivo, sino de actuaciones contra chantajes y secuestros.

La visión de esos viajeros tirando con la cara desencajada de sus maletas, a los que se les han hurtado unos pocos días de descanso, es mucho más dramática que la de un país que tiene que cerrar su espacio aéreo (y esto no es poco) por un problema enquistado que ni los políticos ni los sindicalistas han sabido resolver. No hay derecho, no tienen derecho.

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