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Tribuna
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Babel y la responsabilidad social

Mi amigo y paisano Juan Francisco, que acaba de regresar de Viena, me cuenta que se impresionó al ver en el Museo de Historia de la capital austriaca el famoso óleo de Pieter Brueghel el Viejo titulado De Toren van Babel (La Torre de Babel). Y no tanto por la belleza renacentista de la pintura, que también, cuanto por lo que representa: una torre que los orgullosos humanos pretendían levantar para llegar hasta el cielo. Yahvé, al confundir la lengua de los hombres que la construían, puso fin a la aventura dejando inacabado el singular proyecto.

Babel, como tantos otros, es uno de los símbolos con los que hemos vivido los humanos desde que poblamos la Tierra. En el fondo, dentro de cada uno de nosotros habita un universo de símbolos, expresiones que traducen el esfuerzo del hombre para descifrar y dominar un destino que se le escapa a través de las muchas oscuridades que lo envuelven. Y así ha sido siempre. La sociedad líquida y la posmodernidad no nos han cambiado y seguimos viviendo con esfuerzo en un mundo donde, como escribe Bauman, la única certeza es la certeza de la incertidumbre.

Cuento esto porque -es notorio- nuestra época se retrata y se refleja en sus habitantes, en las personas que la sufrimos/disfrutamos/padecemos. En tiempos difíciles, dice el pintor grande Antonio López, la propia dificultad se convierte en algo natural y cotidiano y, como le ocurre al genial e irrepetible artista, también a muchos (y, a lo mejor, ahí está el secreto) nos apetecería trabajar/hacer lo que nos gusta, pero dejándonos humildemente el alma en el tajo y poniendo todo nuestro esfuerzo en que el empeño resulte lo mejor posible, y siempre con un adobo: un poco de apoyo para seguir haciéndolo.

Pensando en el común, en estos tiempos de austeridad los primeros en ponerse a la tarea deberían ser los políticos, las Administraciones públicas y las instituciones. Austeridad es, sobre todo, sobriedad, sencillez, ausencia de adornos y trabajo sin alardes, huyendo de estructuras u organismos innecesarios/inoperantes. Pero no es así. Por razones que se me escapan (y que a lo mejor entroncan con el orgullo de los humanos que quisieron erigir Babel), aquí todo el mundo quiere aparentar, aparecer en los papeles como protagonista, tener su chiringuito, copiar lo que haga falta sin recato y darle, eso también, un nombre diferente. El caso, dicen los presuntuosos, es innovar, olvidando que para progresar "hay que ponerse en cuestión todos los días", como escribió Ortega.

Hablando de responsabilidad social, por ejemplo, no nos basta con tener (único país en el mundo, por cierto) una excelente iniciativa hecha realidad como es el Consejo Estatal de Responsabilidad Social; un organismo paritario, cuatripartito, consultivo y de apoyo al Gobierno para fomentar las políticas de responsabilidad social. En él pueden trabajar de consuno empresas, sindicatos, Administraciones públicas y tercer sector. Como el Consejo, que es fruto del diálogo social, tiene su aquel y es atractivo, la Comunidad Autónoma de Extremadura se pone a la tarea y, con opiniones en contra, prepara una ley con objeto de promover la RSE en su ámbito territorial, fijando definiciones sobre lo que hay que entender por responsabilidad social; estableciendo la posibilidad de obtener certificaciones y calificaciones responsables; proponiendo medidas de fomento, creando un premio anual y, además, un consejo autonómico para el fomento de la RS…

El colectivo Alternativa Responsable, que analizó la iniciativa extremeña, hizo notar la inconveniencia de una situación que podría territorializar la regulación de la RS "cuando ya tenemos instrumentos fiables y organismos nacionales que, entre otras cosas, buscan la comparabilidad nacional e internacional. Nos preocupa la proliferación de etiquetas privadas y certificaciones autonómicas de RSE".

Y, como casi siempre, se cumple inexorable una ley de Murphy más: si lo peor puede pasar, pasará. Y tenemos otra nueva comunidad autónoma (la valenciana) que ha bautizado la responsabilidad social como ciudadanía corporativa, aprobando una ley el 20 de noviembre del año 2009, que se ha desarrollado en un extenso reglamento de septiembre de 2010, que ha sido publicado en el correspondiente diario oficial y ya ha entrado en vigor. Naturalmente, se crean y regulan la certificación de excelencia ciudadana, una distinción honorífica, un Consejo de Ciudadanía Corporativa de la Comunidad Valenciana (con presidente, vicepresidente, secretario y diecitantos vocales, y con comisión permanente) y se programa un Plan de Ciudadanía Corporativa, obligatorio para el sector público e indicativo para el privado, con contenidos predeterminados. Además, y para remate, se crea un registro de ciudadanía corporativa…

En fin, que no hay remedio y, aun en días de obligada morigeración y escasez de dineros públicos, nos siguen pudiendo las apariencias y los despropósitos, olvidando que las leyes solo apuntan los problemas pero -por sí solas- no los solucionan. Con el tiempo, ya lo verán, seguiremos comentando las disposiciones sobre responsabilidad social que todavía faltan por dictar en 15 autonomías más. Somos herederos de Babel y habrá que aguantarse porque, como dijera bellamente Miguel Hernández, "tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes…".

Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre

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