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Tribuna
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Realismo sindical y huelga general

No nos vendrían mal a los españoles unas dosis de realismo, dosis a borbotones. Dosis también de sentido común y sensatez, huérfanas en medio de la mascarada política y sindical que nos aflige. Desde hace tiempo uno se pregunta por el papel y el rol real y efectivo que ocupan los sindicatos. Atrapados en sus propias contradicciones, ensimismados y perdiendo credibilidad. Rol en las empresas, en las corporaciones, en los entes públicos y privados, en la política, en la sociedad. ¿Qué hacen y para qué?, ¿qué representan y a quién?, ¿sólo a trabajadores?, ¿dónde quedan los cuatro millones largos de desempleados?

Hoy no tienen cabida sindicatos que todavía viven en la confrontación ideológica decimonónica. Sindicatos de clase, de lucha, sindicatos que denunciaban las precarias y bárbaras, terribles e inhumanas condiciones de trabajo y penuria que soportaban los trabajadores. De eso sabe, y mucho, la historia de este país, los terribles años veinte y treinta. Los años también del anarcosindicalismo. De la confraternización real entre socialistas y ugetistas y sus cismas en la época de la dictadura de Primo y la Segunda República.

Pero hoy todo eso queda demasiado lejano. Qué papel y cómo lo han de desarrollar en el momento actual es una pregunta que todos tienen que responder. Un papel necesario, pero responsable. Quizás la antítesis de lo que estamos viendo y viviendo en los últimos años. Dejemos la demagogia y la confrontación de clases a un lado, el de la servil propaganda y adhesión de afectos y desencantados a partes iguales. Son actores imprescindibles de una necesaria reforma del mercado de trabajo, pero no la trinchera de los que ya tienen trabajo. También de quienes lo han perdido y quienes no encuentran ninguna posibilidad de empleo. Resistir numantinamente a imperativos o categorías que sólo la inercia y el inmovilismo suponen no es la mejor labor ni función que hoy deben desempeñar los sindicatos. Este país necesita una catarsis de arriba abajo. Es insostenible la situación, pero no hay peor ciego que el que ve y no quiere ver o el egoísta que se apoltrona en sus cómodos regazos y prebendas.

Rodiezmo es un buen escaparate de impotencia y un tiempo que se queda atrás. Amén de lo desangelado del acto, el discurso, los discursos, incluidas las lindezas de un Alfonso Guerra que ni es genio ni figura de lo que quizás algún día fue, es un episodio más de un cúmulo de despropósitos. Saben los sindicatos mayoritarios, pues no consiguen la adhesión de otras fuerzas sindicales menores en número pero mejor representadas en algunos sectores, que no las tienen todas consigo de cara a esa farsa del día 29.

Saben incluso que se asoman al abismo del fracaso en la convocatoria. Los piquetes se emplearán a fondo en Madrid, Barcelona y alguna que otra ciudad. Como si la asistencia masiva allí, ante cámaras, fuera el espaldarazo que no tuvieron hace tres meses con la huelga de funcionarios. Hace mucho que sobre todo la UGT ha olvidado y cambiado el rol que le corresponde, que no es la política precisamente, aunque tuviera mucho en común con el inquilino de La Moncloa.

No se puede convocar una huelga general y comunicarlo en el Ministerio de Trabajo aseverando que es "una gran putada" como acaba de hacer el secretario general de CC OO. ¿Dónde queda la honradez y honestidad sindical entonces?

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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