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Columna
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Lucha de clases en avioneta

Llevaba varios días tratando de encontrar un tema para esta tribuna, que, sin alejarme de las cuestiones económicas y sociales, me permitiera obviar, siquiera como tributo a la pausa veraniega, las negras perspectivas sugeridas por el diferencial de nuestro crecimiento económico con el europeo, por el nuevo repunte de los costos de financiación de nuestra deuda o por la pobreza de los datos de empleo en momentos punta de actividad estacional, cuando la lectura de un párrafo del libro de Robert Kaplan, Fantasmas balcánicos, con el que estaba embebido, me produjo una sacudida.

En efecto, hablando de los años 80 y de los Gobiernos de Andreas Papandreu, decía Kaplan que el siglo XX había sido malo para Grecia por muchas circunstancias y, "finalmente, por los ocho años de Gobierno de un hombre que había destruido la economía, había traído la anarquía de Oriente Próximo al umbral del país y había jugado con los propios principios de la democracia".

El desasosiego que me produjo la lectura de esta frase me hizo alzar la mirada del libro, y, al mismo tiempo que una voz interior me advertía: ni se te ocurra (quitar la referencia a Oriente Próximo y jugar a las adivinanzas con la propia frase), el azar vino en mi auxilio para inspirarme una tribuna menos comprometida y más apropiada a las circunstancias del calendario: una avioneta surcaba los cielos tratando de llamar la atención del gentío que ocupaba las playas en pleno fin de semana del ferragosto, arrastrando una enorme pancarta con un llamamiento ¡a la huelga general!

Me froté los ojos. No era posible. Seguro que había leído mal y que la deformación profesional me había jugado una mala pasada. Pero no. Con cierta dificultad, porque los compañeros del aparato de propaganda no debieron de caer en que, si la pintada se hace por una sola cara, cuando la avioneta da la vuelta para hacer el recorrido en sentido contrario, se lee del revés, pude comprobar, en el viaje de vuelta, que, efectivamente, se trataba de un llamamiento a la huelga general.

Tengo que confesar que me levanté de la butaca para tratar de contemplar desde la terraza la segura estampida de los veraneantes, abandonando precipitadamente la playa, las sombrillas y demás impedimenta, para, sacudidos en su conciencia social, volver lo más rápido posible a sus domicilios a preparar las movilizaciones. Y tengo también que confesar que quedé defraudado: no se movió ni un alma. El importante esfuerzo económico de los sindicatos, contratando una avioneta para recorrer las playas y reclamar el compromiso ciudadano con la huelga general en defensa de los derechos laborales tan salvajemente agredidos por el Gobierno, no merecía caer, de esa manera, en saco roto.

Claro que, después de un instante de reflexión, caí en la cuenta de que, bien pensado, el episodio de la avioneta casaba perfectamente con el sainete de la reforma laboral y de la al menos curiosa respuesta sindical a la misma. En todo caso, comprendí uno de los motivos del aplazamiento, hasta finales de septiembre, de la convocatoria sindical de huelga general: había que asegurar, por medio de avionetas surcando los cielos playeros, la toma de conciencia de la ciudadanía y de los propios trabajadores, cuyo espíritu de lucha debía de mantenerse vivo entre tajada y tajada de sandía.

Si Lenin dijo que el comunismo era la electrificación más los soviets, hoy podríamos decir que las nuevas fronteras del sindicalismo quizás vengan dadas por la suma de las vanguardias obreras y de las avionetas surcando las abarrotadas playas veraniegas con llamamientos a la huelga general. Supongo que el Gobierno, ante esta demostración de ardor militante, revisará sus planteamientos y se atendrá a razones. O, al menos, renunciará a seguir ahondando en el surrealismo, como hacen las enmiendas presentadas en el Senado que, acogiendo la máxima del haced lo que yo diga pero no lo que yo haga, excluyen a las Administraciones Públicas de las limitaciones impuestas a la contratación temporal por parte de las empresas.

Bueno. A fin de cuentas es el verano más caluroso de los últimos tiempos. Y tenía que notarse ¿no?

Federico Durán. Catedrático de Derecho del Trabajo y Socio de Garrigues.

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