Las aerolíneas, rehenes de los controladores
Los controladores aéreos no asumen lo que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial han sancionado en relación con el conflicto sobre sus condiciones laborales; condiciones que desde el punto de vista económico no tienen comparación con sus homólogos europeos y que, desde el punto de vista laboral, plantea una orientación a la actividad totalmente alejada de las necesidades del transporte aéreo y subordinada a un régimen de vida en el que la acumulación de tiempo libre alcanza su máxima expresión. Economía y actividad laboral son los dos pivotes sobre los que se asienta una de las productividades más bajas del mercado de trabajo español y europeo.
Las compañías aéreas están recibiendo el impacto brutal del conflicto, con retrasos y cancelaciones que afectan dramáticamente a sus programas productivos y a sus cuentas de resultados, lo que se continúa desde la catástrofe del volcán islandés, sin que las autoridades europeas se hayan hecho eco de las consecuencias de una legislación inconclusa. Durante los últimos días se ha llegado a picos de impuntualidad superiores al 50%, lo que ha dado lugar a centenares de cancelaciones, especialmente en los últimos vuelos de la rotación diaria de los aviones, ya que a esas horas el efecto sobre la programación de las tripulaciones ha desbordado todas las previsiones.
Es el momento de revertir la situación y de amparar los derechos de todos, porque la cadena de valor del transporte aéreo afecta a amplios sectores de la economía, que no puede verse secuestrada por los intereses de un pequeño colectivo que, con responsabilidades similares a las de otros profesionales, basa su fuerza en la extorsión de las huelgas no declaradas y en la eclosión de bajas por enfermedad que estrangulan cualquier intento de racionalizar los turnos de trabajo. Con índices de absentismo superiores al 15%, que en situaciones concretas superan el 40%, es difícil admitir que no hay movimientos de obstrucción del colectivo contra el desarrollo del real decreto y la negociación de un convenio colectivo, que debe enmarcarse en los límites que establece.
Lo que no se ha hecho en 20 años por las autoridades tendrá todo tipo de valoraciones políticas, pero ninguna de ellas puede ser motivo para desactivar el impulso reciente a la regularización de un proceso, que en su día se les escapó de las manos y que entre todos debemos recuperar, con sentido común, con responsabilidad y con equilibrio en las acciones.
No se trata de tomar al colectivo de controladores como el paradigma de todos los males del transporte aéreo; se trata simplemente de homologar sus condiciones de trabajo con las de otros colectivos con similares responsabilidades; se trata de integrarlos en una cadena de valor, la del transporte aéreo, cuyos parámetros de actividad y de rentabilidad nada tienen que ver con los que el colectivo de controladores pretenden perpetuar, sin tener en cuenta los procesos políticos, tecnológicos y procedimentales en los que se está desarrollando una actividad cada vez más orientada a la eficiencia.
Las compañías aéreas venimos haciendo un esfuerzo enorme por la competitividad, pero sólo somos el eslabón de una cadena que puede romperse si no se adoptan soluciones urgentes y definitivas que nos den seguridad para operar, en línea con lo que demanda el mercado. Miramos con preocupación a los clientes, rehenes de una situación que se repite periódicamente; no hay más que revisar las hemerotecas para constatar procesos similares, y no hay más que pedirles su opinión en las terminales para comprender los límites de su paciencia.
El proceso productivo del transporte aéreo pivota sobre la gestión de la navegación aérea, la aeroportuaria y la de las compañías aéreas, por lo que el producto final es una consecuencia de una responsabilidad encadenada. Delimitar las responsabilidades y exigirlas se convierte en un ejercicio ineludible que es necesario concretar en derechos y obligaciones. Muchos ya están fijados pero quedan otros; como éste que nos ocupa en el que un colectivo pretende marcar las reglas del juego sin mirar al lado de la productividad, sin mirar al frente de la competitividad, mirando atrás con el peligro inminente de convertirse en una estatua de sal.
Pablo Olmeda. Presidente de la Asociación de Líneas Aéreas