Renovables, ¿la imagen de España?
España está atravesando uno de los momentos más duros que se recuerdan. Cuestionada a nivel internacional, y con un desempleo que ronda la frontera de los cuatro millones de parados, la crisis económica ha salpicado a todos los sectores productivos de nuestro país. El sector energético no ha sido una excepción. Desde la Segunda Guerra Mundial, a mediados del siglo pasado, no se había producido una reducción del consumo energético, incluida la electricidad.
Como recordaba el ministro de Industria, Miguel Sebastián, ante la Asociación Española del Gas el mes de junio, durante la pasada década se instalaron 22.000 MW de centrales de gas frente a los 9.000 MW que estaban planificados y constituyen, palabras textuales, "decisiones de inversión privadas que conllevan un riesgo para las empresas". El crecimiento que ha habido en décadas anteriores corregía cualquier error estratégico en apenas dos o tres años, algo que ahora no ocurre.
La disminución del consumo eléctrico y el exceso de potencia han conducido a la situación actual, donde las centrales de gas tienen un factor de carga inferior al previsto y deseado por sus promotores. Y parece ser que de eso tenemos la culpa las renovables. Si eso lo dijera sólo el promotor de las centrales de gas, sería incluso razonable, aunque fuera igual de falso, pero que el cómplice doloso de esos mensajes sea el propio ministerio que debía velar por el cumplimiento riguroso de la ley, es lo que parece del todo punto inadmisible. La Ley 54/97 del Sector Eléctrico, que ordena, y yo no veo excepciones en su texto, que para final de 2010 debía alcanzarse el objetivo del 12% de la energía primaria consumida en España con fuentes de energía renovable y, según el propio ministerio (documento Paner), estamos en el 9,3%, lo que ahondaría el exceso de potencia instalada en gas.
Entre otras cosas, se han lanzado una serie de afirmaciones sobre el mundo de las renovables y sus empresarios hasta ahora nunca vertidas sobre un sector, salvo en aquellos que claramente se sitúan en el terreno de lo delictivo. ¿Cuántos productores nocturnos de energía fotovoltaica han sido descubiertos en su procedimiento ilícito? Ninguno según la CNE y el operador del sistema. ¿Dónde han aparecido los titulares mediáticos del mismo orden en que aparecieron las acusaciones?
Las cifras presentadas ante la opinión pública tratan de influir demagógicamente en la sociedad y la clase política. De esta forma, únicamente se contabilizan las primas y no se mencionan los ahorros que, en materia de importaciones energéticas o de emisiones evitadas, conllevan las energías limpias. Así, unas cuentas que son tremendamente positivas para las energías renovables parecen un gasto absurdo del político de turno. Nada más lejos de la realidad.
A nivel mundial, desde Estados Unidos a China, desde Brasil a la Unión Europea, todas las economías poderosas han puesto sus ojos en las energías renovables fijando objetivos muy ambiciosos de porcentajes en sus respectivos mix energéticos y fortaleciendo su industria no sólo para satisfacer la demanda interna de equipos sino también para tratar de introducir sus empresas en otros mercados. Esto, como cualquier observador imparcial entiende, no es consecuencia de un arrebato ecologista sino un intento de adelantarse a las tendencias del mercado energético.
España, hasta hace relativamente poco tiempo, era líder mundial en energías renovables. Cuando nuestro Gobierno compartía con las principales potencias mundiales esta visión de las energías limpias no sólo se enorgullecían internamente sino, como atestigua la publicidad del Tesoro Público en The Economist, las energías renovables constituían un motivo para invertir en España y adquirir deuda pública porque, como reza el eslogan, ¿Acaso invertir no es pensar en el futuro? Desgraciadamente, el discurso de las grandes eléctricas de nuestro país ha calado en los oídos del ministerio y, de ser una vía sólida para la recuperación económica, las energías renovables son hoy las malas de la película.
La experiencia y reputación de las compañías del sector en el extranjero aún se mantiene. Sin embargo, a nivel de país, hemos perdido ya puestos que no recuperaremos. En el ranking, elaborado por Ernst & Young, sobre países en los que merece la pena llevar a cabo proyectos de energías renovables, España ha caído del tercer al octavo puesto en sólo tres años.
La pérdida de confianza de los inversores no sólo se ha reflejado en las energías renovables. La calificación de riesgo de la deuda pública española ya no es la misma que cuando se utilizaba un aerogenerador para promocionar la compra de deuda. Los vaivenes, tanto regulatorios como de discurso, del Gobierno en materia de renovables han tenido como consecuencia una pérdida de confianza de los mercados.
José María González Vélez. Presidente de la Asociación de Productores de Energías Renovables-APPA