Irlanda como paradigma
Comentaba un economista hace unos días que los estímulos económicos son peligrosos y la austeridad es estúpida. Que lo único óptimo es la mentira. Como sucede con mayor frecuencia en situaciones como la actual, una ironía bien tirada es el cuadro que mejor ilustra de una realidad más bien cínica. Dado que la sobrevenida obsesión por la austeridad no viene de una toma de conciencia generalizada, sino de la presión de los mercados, el enfoque de las medidas de austeridad son los mercados y los nichos de opinión sensibles. Nada más.
Por plantearlo de otro modo, para un político prometer medidas draconianas a diestro y siniestro, sin pensar muy bien en ellas, no sólo es más sencillo que ajustar y optimizar el patrón de gasto. También es más recomendable. Porque es dudoso que los inversores, hoy por hoy, se vayan a fijar en posibles cambios de paradigma. Son estos tiempos de ortodoxia, y en este contexto no suele importar demasiado si ésta es sincera.
Irlanda es un buen ejemplo. Irlanda hizo los deberes como el mejor alumno de la clase. Fue un país pionero en aplicar severos recortes de los salarios públicos, con tijeretazos de hasta el 20%, y la economía y el empleo han sufrido las consecuencias del plan de austeridad. Sin embargo, los mercados no parecen haberse dado por enterados. La prima de riesgo de Irlanda está a la par con la de Portugal, y 100 puntos por encima de la española.
Aún hoy resulta chocante cómo, poco después de haber escapado de una crisis aún mayor debido a la acción coordinada de la política fiscal y la monetaria, surja una inminente necesidad de retirar los estímulos fiscales a la vez que se abre un debate sobre las consecuencias negativas del estímulo monetario. Pero, lamentablemente, no queda otra que bailar al son de los mercados y hacer dogma de fe de este nuevo paradigma, por muy contrario a la lógica que resulte.