Internet no puede con la 'tarjetitis'
Cualquier momento es bueno para hacer business. Me lo contaba el otro día un familiar, que vivió una simpática anécdota mientras se preparaba en el parque de La Quinta de los Molinos para correr el Maratón de Madrid. En el frenesí del entrenamiento se encontró con otro corredor, que sin aminorar la marcha ni la respiración, le tendió una tarjeta de visita y le invitó a llamarle si quería mejorar su marca. Era un entrenador personal, de los que no desaprovechan la ocasión para captar clientes. La crisis es lo que tiene, que agudiza el ingenio y la gente más despierta siempre está atenta a la posibilidad de ampliar su negocio.
Lo curioso es que ya nadie sale de casa sin su tarjeta de visita. No eres nadie si no la llevas encima. El reparto de tarjetas se ha convertido casi en un acto social. Antes de cualquier reunión o almuerzo de trabajo se procede al reparto. Pero, ay de ti, si se te olvidan, tienes que disculparte e inventarte una excusa, que si me he cambiado de bolso, que si se me ha olvidado cogerlas del escritorio, que como nos hemos cambiado de dirección todavía no nos han enviado las nuevas. En fin, que al final del día no te libras de recopilar un buen manojo de ellas.
Un conocido, que recientemente estuvo durante cinco días en Estados Unidos en viaje de trabajo, volvió a España con más de 50 tarjetas en el bolsillo. La mayoría, de gente que no conoce y que no va a volver a ver en su vida, pero lo mejor es que él entregó otras tantas tarjetas a otras tantas personas, que a día de hoy ya no recuerdan ni su cara. ¿Por qué esa obsesión por las tarjetas? No tengo la respuesta, pero yo sobre mi mesa tengo un montón apiladas que pocas veces consulto. Además, muchas de ellas no contienen toda la información relevante que debería contener una tarjeta de visita, como son los teléfonos directos o la dirección del correo electrónico del titular. En la mayoría de los casos aparece el teléfono de la centralita y una dirección de e-mail genérica, algo que se puede conseguir a través de la página corporativa en internet, aunque éstas también adolecen de cierta falta de información útil sobre la ubicación y la forma de contactar.
¿Qué haces con una tarjeta? Guardarla en un cajón. Ahora lo cierto es que ni las nuevas tecnologías, ni las redes sociales, ni la Blackberry han podido con ese trozo de papel, que sigue más vivo que nunca. En crisis, la gente tira de ella y no de la de crédito.