Si se perdiera la credibilidad
Para debatir sobre la crisis, sobre las lecciones que es necesario aprender, sobre los escarmientos que deberíamos aplicarnos, se han reunido esta semana en Gijón un grupo de interlocutores de primera relevancia convocados por la Asociación de Periodistas Europeos. Quedó claro que las variables que definen la situación de la economía española para nada nos condenan al desastre. Ni nuestra deuda, ni nuestro déficit, ni nuestro sector exterior, nada nos sitúa de modo irremediable en la desesperación, ni nos relega de forma necesaria al fatalismo.
Marcos Peña, presidente del Consejo Económico Social; Claudio Aranzadi, ex ministro de Industria y Energía; Rafael Rodrigo, presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales; Xavier Prats, director de Empleo de la Comisión Europea; Ramón Aguirre, diputado del PP; Cándido Méndez, secretario general de UGT; José Juan Ruiz, director de Análisis y Estrategias para América Latina del Banco Santander y José María Fidalgo, ex secretario general de Comisiones Obreras, se aplicaron a una exploración atenta. Escuchándoles pudo establecerse como factor común que el problema clave, el de mayor calado, el que más nos penaliza, el más difícil de resolver, es el deterioro de la credibilidad. Un deterioro que ha terminado por encaramarse a las calificaciones de las agencias de rating como S&P.
Los problemas están agravados porque pensando que los tipos bajos de interés nos acompañarían para siempre aquí hemos estado viviendo como ricos, muy por encima de nuestras posibilidades. Una situación resumida en aquel diálogo imaginario donde el primer interlocutor se interesa por saber cómo querría vivir su congénere, quien interpelado le responde al instante pues como vivo, pero pudiendo. Decía José Juan Ruiz que estamos sobrediagnosticados, mientras las medidas terapéuticas siguen en la pereza mental del bloqueo y en la dejadez abandonada de los calendarios. Los datos demográficos segmentados relativos a lo que llamamos primer mundo, Occidente o Norte rico y desarrollado, configuran una senda de envejecimiento y de irrelevancia porcentual frente a la expansión de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), aunque la Rusia cada vez más despoblada no responda a este esquema. Con gran aparato estadístico José Juan Ruiz nos llevó de la mano al convencimiento de que nuestra supervivencia diferenciada sólo puede articularse en la Unión Europea.
José María Fidalgo, liberado de las restricciones expresivas que le imponían sus obligaciones en la cúspide de CC OO, prodigó análisis y observaciones críticas de agudo talento. Fidalgo pulverizó muchos tópicos y se atrevió a romper los tabúes del estado del bienestar, de las pensiones, del paro, de la sanidad o de la ley de dependencia. Con unas dosis bien proporcionadas de sentido común y de temeridad se atrevió a reclamar eficiencia al Estado. Su pronóstico es que solo la reforma y la decencia permitirán la continuidad del Estado de bienestar. Aludió a los estudios prospectivos en los que ha participado y calificó de propuesta retráctil la que formuló un día el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, sobre el retraso de la edad de jubilación que se pretendía llevar de los 65 a los 67 años para abandonarla al día siguiente. Hay en la vibrante oscilación de propuestas que se presentan y se retiran con daño para la credibilidad una variable inmaterial que tiñe las percepciones de quienes con sus calificaciones encarecen por ejemplo los intereses de nuestra deuda.
Sería exagerado e injusto atribuir toda la responsabilidad al presidente Zapatero cuando otros actores han prestado contribuciones muy relevantes. Ahí están por ejemplo las de los medios de comunicación que agarrados a la consigna de ¡Garzón o muerte! se han aplicado a la demolición del prestigio que obtuvo la transición como si todo hubiera sido una falsedad y un error del que deberíamos salir cuanto antes. Atentos.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista