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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alemania gana el pulso de la crisis griega

La Unión Europea se tuvo que conformar ayer con un acuerdo para salir del paso cuya mayor virtud es satisfacer a Grecia y a Alemania. Atenas obtiene, por fin, que los socios comunitarios expliciten la fórmula de rescate que se le aplicaría en caso de que lo solicite. Lo cual, debería ser suficiente para calmar a unos mercados que han seguido penalizando la deuda soberana griega. Con razón, si tenemos en cuenta el desconcertante comportamiento del Gobierno helénico que niega haber solicitado ayudas a la UE, mientras amenazaba con acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) si Bruselas no aprobaba un plan a su medida. Pero el acuerdo de ayer también sirve a Berlín que impone al FMI como pieza clave del pool salvador y limita las ayudas comunitarias a apoyos bilaterales y voluntarios: sólo prestarán dinero aquellos Gobiernos que quieran, caso del español. Es decir, se descarta a la UE como garante financiero de Grecia.

Confiemos en que la solución de ayer sea un mero parche y no siente precedente para situaciones futuras. De no ser así, la Unión Europea habría demostrado, otra vez, su incapacidad para encontrar soluciones duraderas y verdaderamente pactadas. Y lo que es más grave, demostraría que la UE se ha anquilosado como un club de élite y que la supuesta unión es una entelequia, no sólo política, sino también económica y monetaria. Evitar esa imagen internacional es imprescindible, para lo cual es imperioso afrontar sin dilación, la aprobación de un instrumento netamente europeo que sirva para futuras crisis que atenacen a cualquier país del euro. El supuesto Fondo Monetario Europeo (FME) es una posibilidad, pero posiblemente no la única.

Alemania tiene que aceptar que la unión monetaria no sólo conlleva ventajas comerciales para sus empresas exportadoras; en los momentos duros, como el actual, exige compromisos. No es de rigor que el resto de los socios acepten las tesis de que los contribuyentes germanos no están dispuestos a ayudar a otros ciudadanos europeos. Se olvida Angela Merkel que todos los países, incluidos los del sur como España, Portugal o la propia Grecia, también contribuirían económicamente en el rescate de cualquier país que lo precise.

Delegar en el FMI, como pretende Alemania, no es una solución aceptable si se pretende transmitir la idea de un euro sólido y sostenible. El BCE tiene toda la razón al mostrar su más enérgica negativa a permitir que países como Estados Unidos (que controla de facto el organismo multilateral) tomen decisiones que afectan la estabilidad de la divisa comunitaria. Nadie concibe que ellos permitiesen a otros Gobiernos interferir en los vaivenes del dólar, por lo que es poco creíble que Washington abandonase a su suerte, por ejemplo, a California. La UE debería tomar nota.

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