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"Nosotros hacemos como que nos manifestamos, y vosotros, como que reformáis las pensiones"

"Nosotros hacemos como que nos manifestamos, y vosotros hacéis como que reformáis las pensiones". Este es el resumen que subyace en la aparente reacción violenta de los sindicatos a la aparente reforma de las pensiones que propone el Gobierno. Como en ocasiones anteriores, los sindicatos han generado un espacio de confrontación con el Gobierno en clave propagandística, tanto hacia dentro como hacia la sociedad, pero cuidándose mucho de no romper el pacto no escrito de no agresión que mantienen con el Gobierno de Zapatero desde hace media docena de años, pese a que la crisis ha destruído dos millones de empleos y que las políticas de Zapatero no parecen las más indicadas para recuperarlos.

El secretario general de la UGT, Cándido Méndez, dijo hace unos meses una de las mayores boutades que se han oído desde que comenzó la crisis económica y financiera, y que difícilmente puede sostener hoy ante sus propios afiliados, al menos ante los conscientes de la realidad: "Apoyaremos siempre a este Gobierno porque nos ha garantizado que no serán los trabajadores los que pagarán esta crisis". Pasados los meses, como sospechábamos, el aserto de Méndez ha fracasado y los principales paganos de la recesión han sido los trabajadores que han perdido el empleo, aquellos a los que les han bajado los salarios, todos los que han soportado y soportarán subidas de impuestos, los asalariados que han visto reducida su participación en la renta nacional, y quienes dependen de su trabajo en general, que no ven qué día comenzarán a despejar las dudas sobre la estabilidad de su renta, en el caso de que la tengan.

Este pacto de sangre ideológico, en el que Comisiones Obreras está de comparsa accidental, es en parte responsable de que se haya llegado a la situación a la que hemos llegado, mientras durante dos años se miraba para los números culpando en exclusiva a los bancos y a los empresarios ambisiosos que no saben capear la crisis sin prescindir de parte de sus trabajadores. Tras enfilar a la CEOE porque en julio pasado exigía que el pacto tuviese algún contenido más allá de la nominalidad propagandística que pretendía Zapatero, los sindicatos han vuelto con desacostumbrada prisa a la mesa del diálogo a firmar un pacto salarial por tres años que sujete la política suicida de Zapatero. Han aprovechado la debilidad institucional de la CEOE, de su presidente más que de la patronal, para colocar un pacto de moderación salarial que está por ver que pueda resolver los problemas de competitividad que esta economía ha acumulado durante los diez últimos años.

Pero lo han hecho fundamentalmente para dar oxígeno al Gobierno, amén de calmar la creciente intranquilidad que en los aparatos sindicales empezaba a despertar, viendo cómo se destruye empleo mientras ellos se limitaban a mirar. Ahora, cuando los mercados financieros han forzado a Zapatero a mover fichas en contra de sus creiterios de política económica y social, han convocado una manifestación blanda para quedar bien con la audiencia, y a la vez con el agredido, con quien han departido como si no pasase nada hasta la víspera misma de las manifestaciones. Se trata de mantener el buen rollo, por encima de todo.

¿A cambio? A cambio, no hay reforma. Sólo unos cuantos meses dándole vueltas a las cosas para finalmente dejarlo todo casi como está, tocando cuatro cositas, y dejándolo abierto para el futuro, porque "esta es una reforma dinámica". Al tiempo. Pero no este un tema que admita broma: quien obligó a Zapatero a sacar este asunto, sigue mirando con lupa lo que se hace en este país. Y volverá a dar un toque de atención si nos limitamos a una reformita, en vez de un cambio que toque en profundidad todas las teclas que hay que tocar para garantizar de verdad la estabilidad financiera del sistema de pensiones. Sin crecimiento económico en unos cuantos años, este es el drama, señores y señoras, la Seguridad Social tampoco es sostenible como lo ha sido hasta ahora.

Los sindicatos corren un riesgo: si no encajan el descontento de la ciudadanía, y hoy podrán empezar a ver lo que está ocurriendo, pueden verse desbordados y tener que cambiar sobre la marcha su hoja de ruta, hoy ceñida al plan del presidente. Las manifestaciones, aunque sean de mentirijillas, las carga el diablo.

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