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Columna
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Las cuentas y la confianza

El señor presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, andaba ya el miércoles con un pie en el estribo del avión que le llevaría a Washington para participar en el Desayuno Nacional de Oración, con una amigable compañía, cuando conocimos la "actualización del programa de estabilidad" remitido a Bruselas. Confirmaba, una vez más, que una cosa es predicar el blindaje de los derechos de los trabajadores y otra, distinta, cumplir con las prescripciones de sostenibilidad de la Comisión Europea. Prevalece la necesidad de ahorrar en aras de recuperar la credibilidad internacional deteriorada y de ahí la decisión de retrasar la edad de jubilación dos años, pasándola de los 65 actuales a los 67 y también la modificación del plazo utilizado para calcular una pensión que de los últimos 15 años de cotización se eleva a 25.

El documento enviado por el Gobierno a Bruselas reconoce que el impacto de estas medidas en las proyecciones de gasto asociado al envejecimiento puede ser muy importante porque cada año que se retrasa la edad legal de cotización se reduce en un punto del PIB el gasto en pensiones; y cada año que se amplía el número mínimo de años para obtener una pensión, que pasará de 15 a 17, se consigue una reducción de 0,2 puntos porcentuales del PIB en ese gasto. Además se aumenta en diez -de 15 a 25- el número de años que sirve de base para calcular el importe de la pensión. Con la suma de estas tres medidas, concluye el documento que a lo largo de la década de 2020 el recorte total del gasto en pensiones podría alcanzar casi el 4% del PIB a partir de 2030 con la consiguiente mejora del indicador de sostenibilidad y el gasto asociado al envejecimiento se situaría entre los más bajos de Europa. Por último el Gobierno se propone reforzar la relación completa e individualizada entre cotización aportada y prestación recibida, lo cual recuerda aquel sistema de la capitalización que desde hace años algunos vienen pretendiendo bajo la excusa de que sólo así las pensiones podrían quedar garantizadas.

Enseguida vendrán los expertos a pasar por el pasapuré las cifras y los cálculos adelantados en el documento que el Gobierno ha redactado para hacer méritos en Bruselas y enviar un mensaje de rigor y solvencia a eso que llamamos los mercados. Se trata de abandonar el pelotón de los torpes junto a Letonia y Grecia, cuyos presidentes flanquearon a Zapatero en la malhadada jornada de Davos, que es donde el nuestro se cayó del caballo, igual que le sucedió a Pablo de Tarso en el camino de Damasco. El ambiente del World Economic Forum bajo los focos de esa prensa que tantos cariños nos dedica debía ser insoportable. De manera que pareció necesario presentar alguna ofrenda para aplacarlo y entonces vino el anuncio del retraso hasta los 67 años de la edad de jubilación. Luego, ese aplazamiento lo confirmó, como una propuesta abierta a la negociación, el Consejo de Ministros del viernes 29 de enero, sin que nadie hubiera tenido la delicadeza de poner al corriente con la debida antelación al titular de Trabajo, Celestino Corbacho, quien venía sosteniendo lo contrario convencido, por supuesto, de que emitía en la misma longitud de onda que el Gobierno.

A la búsqueda desenfrenada de la estimación perdida, con el deseo de merecer la aprobación necesaria para que la deuda dejara de estar penalizada y de dar a los mercados señales de ortodoxia y rigor, han venido después las medidas más arriba comentadas del documento para Bruselas. Sólo unas horas después de hacerse públicas, en un movimiento característico de las maneras de Zapatero, se producía la primera rectificación mediante la cual se eliminaba la propuesta de elevar a 25 años la base de cálculo del importe de las pensiones. Todo sea por el desconcierto. Porque es difícil comprender la oscilación registrada de la parálisis inmovilista a la epilepsia descontrolada. Nadie explica tampoco que las medidas sobre las pensiones se hayan sustraído al Pacto de Toledo, ni al comentario con los sindicatos, ni con las fuerzas políticas parlamentarias. La cuestión en juego más que la salud de las cuentas es la recuperación de la confianza y con estas maneras parece imposible lograrlo.

"Por su seguridad, permanezcan asustados", decía la leyenda de una de las recientes viñetas de El Roto en El País. Y por el susto hacia la docilidad. Aquí de las medidas lanzadas en Estados Unidos para contener los salarios y bonus abusivos de los dirigentes bancarios nada sabemos. Pero los ahorros inmediatos que debíamos ofrecer ya sabemos donde se han encontrado.

La cuestión en juego más que la salud de las cuentas es la recuperación de la confianza

En la malhada-da jornada de Davos es donde nuestro presidente se cayó del caballo, igual que le sucedió a Pablo de Tarso en el camino de Damasco"

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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