El paro es enemigo de la complacencia
En enero desaparecieron 260.000 empleos de la afiliación a la Seguridad Social; el número de parados inscritos a las oficinas del paro aumentó en 125.000 (el tercer mes de enero peor de la historia, tras 2008 y 2009) y ya rebasa el umbral de los cuatro millones. Una de cada cinco personas que quiere trabajar no puede hacerlo. Además, el Estado tuvo que desembolsar el pasado año 31.000 millones para costear las prestaciones por desempleo. Son cifras muy preocupantes, aunque estén sujetas a interpretación.
La del Gobierno se reduce a que son malos resultados, pero mejores que hace un año. Incluso la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, dijo ayer que hay margen para afrontar el futuro "con realismo y prudente confianza" al detectarse una desaceleración en el ritmo al que crece el desempleo. Ciertamente, las cosas están mejor que en enero de 2009. Sin embargo, no es de recibo que los responsables de la política económica se limiten a pedir paciencia, argumentando con el tópico final del túnel. Parece que, por toda respuesta, confían en que la crisis se vaya por sus propios medios. ¿Es por eso por lo que el Ejecutivo aún no ha tomado medidas estructurales que contribuyan a generar empleo, centrándose sólo en algunas que reducen los efectos perversos del paro a corto plazo, como los planes de obras locales o aumentar la cobertura a los parados? Ambas han sido necesarias, pero obviamente insuficientes. Lo que necesita un parado es un empleo.
El próximo viernes está previsto que el Gobierno presente, por fin, su propuesta para reformar el mercado de trabajo. Es preocupante la sensación de que lo hace con aparente desgana, pues ha defendido reiteradamente que la legislación laboral no crea empleo. Es cierto que los empresarios contratan cuando la economía ofrece buenas perspectivas, pero no puede negarse la eficacia sobre el mercado laboral de una legislación estimulante. Es lo que se esperan ciudadanos y empresarios de su Gobierno.
Los mensajes que han trascendido sobre los planes inmediatos del Ejecutivo dejan la reforma en parcial, centrada en aspectos periféricos de la legislación. De momento, no parece que se vaya a modificar el actual sistema de contratación ni flexibilizar la negociación colectiva, dos aspecto angulares, como bien recordó hace pocos días -una vez más, y nunca serán suficientes- el gobernador del Banco de España. Si no se mejoran, será un grave error.
La reforma laboral ya llega con retraso. Y será mayor porque es de suponer que el documento que presente el viernes el Gobierno entrará en una lenta marcha de negociación con los agentes sociales. Para entonces, quizá el Ejecutivo tenga razón y habrá finalizado la crisis y se vuelva a crear empleo. Pero para llegar a ese puerto no hacían falta ni el uno ni los otros.