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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contra los excesos de la banca, capital

El presidente de EE UU ha desenterrado el látigo contra quienes él considera que han generado y amplificado la recesión: los banqueros. Barack Obama ha vuelto sobre su idea de poner trabas a la operativa bursátil de la banca y la posibilidad de limitar el tamaño de las entidades para que una dimensión más controlada no exija la intervención a altísimo coste de las autoridades en caso de emergencias financieras.

Ha rescatado los planteamientos que el ex presidente de la Reserva Paul Volcker defendió y reguló, y que estaban inspirados en la enmienda Glass-Steagall de los años treinta, pero que la oleada desregulatoria de fin de siglo pasado, con Clinton en la Casa Blanca y Greenspan en la Fed, se llevó por delante. Pretende poner freno a la barra libre en las prácticas bancarias y a la laxitud supervisora, que son, junto con la política de primas a los banqueros y la avaricia natural, la levadura que levantó la descomunal burbuja que explotó con Lehman Brothers. Nunca más el contribuyente americano va a ser rehén de un gran banco. "Si esos tipos quieren pelea, la van a tener", sentenció con desacostumbrado enojo el presidente Obama el jueves.

Los bancos encajaron el golpe en las Bolsas de todo el mundo con abultados recortes, tanto los comerciales como los de inversión, puesto que sus beneficios se verán seriamente mermados. En EE UU la banca de inversión, travestida de comercial para tener acceso a la liquidez de la Fed, ha jugado a los dados en la Bolsa con las inyecciones directas del contribuyente y ha obtenido unos envidiables beneficios. Pero la idea de la Casa Blanca ha hecho fortuna: casi todos los Gobiernos en Europa la han saludado, e incluso se apuntan a la idea de poner un impuesto a las actividades bancarias para financiar el riesgo de quiebra.

Pero tanto una cosa como la otra, la limitación de la operativa bursátil con recursos propios como la posibilidad de un impuesto, han encontrado detractores entre bancos y economistas. Es lógico impedir que se juegue al riesgo bursátil con ayudas públicas; pero la mejor forma de neutralizar la ambición en esta materia es la imposición de más capital. Aunque por qué limitarlas si hay recursos propios bancarios que respaldan íntegramente el riesgo asumido.

El ideario Volcker quiere también limitar el tamaño de los bancos, para acabar con el riesgo sistémico. Pero tiene también más sentido sustituir el "demasiado grande para caer" y "demasiado grande para existir", por "demasiado riesgo asumido para existir", e imponer cotas de capital y reservas más abultados; sólo así se evita que los impuestos paguen las aventuras de los banqueros. La banca española sistémica ha optado por un modelo de filiales que parcela el riesgo tanto de crédito como de liquidez, y ha apostado por un negocio comercial minorista que se ha revelado más resistente, como demuestra su fortaleza ante la crisis.

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