Copenhague: acuerdo agridulce, pero acuerdo
Tras los problemas de las pasadas dos semanas en Copenhague, es un gran alivio ver que al menos ha salido un acuerdo de la Cumbre. No es el acuerdo que hubiéramos deseado cuando diseñamos la ruta hacia Copenhague en el Plan de Acción de Bali o cuando llegamos hace dos semanas llenos de esperanza y ambición.
Pero es una clara declaración de compromiso político que servirá de base para el diseño de políticas y legislación en las principales economías clave para la acción sobre el clima. No parece que la Unión Europea estuviera sobre la mesa cuando se fraguó el acuerdo, pero la UE no era el obstáculo. El hecho de que países como China, India, Brasil y Sudáfrica hayan puesto sus nombres en el acuerdo es muy importante.
El sector empresarial buscaba más. Las grandes inversiones de capital en tecnologías limpias requieren un marco regulatorio estable a largo plazo y una perspectiva de futuro del precio del carbono. No hemos llegado aún a esta situación, y quizás veamos retrasada la velocidad de inversión necesaria para acelerar la transición a una economía baja en carbono. Sin embargo, el acuerdo propone movilizar 100.000 millones de dólares en el año 2020. Si esta inversión se materializa, es una buena inyección para acelerar el desarrollo de las tecnologías limpias. Aunque el acuerdo se queda corto, existe y, por tanto, se puede trabajar a partir de él y continuar desarrollando las dos líneas de negociaciones emprendidas por el COP, con la esperanza que en el futuro México 2010 pueda convertirse en vinculante. El acuerdo incorpora algunos aspectos importantes.
El primero, la limitación del aumento de temperatura a dos grados centígrados y la necesidad de reducir emisiones para conseguirlo, con mención a la lucha contra la deforestación. Un análisis de PwC predice que esto implicará limitar las emisiones globales a 1.300 GtCO2 para el periodo 2000-2050, lo que supone reducir la intensidad de emisiones en torno a un 3,5% anual para el año 2020. España deberá rebajar sus emisiones actuales de 8 toneladas de CO2 per capita a 6,8 toneladas de CO2 per capita para 2020.
El segundo, la fijación de objetivos a corto plazo para 2020 (a presentar antes de 31 de enero de 2010). El tercero, el establecimiento de principios de medición, reporting y verificación de los compromisos.
Y, finalmente, un acuerdo de financiación a corto plazo que propone dedicar 30.000 millones de dólares para el periodo 2010-2012 y el compromiso de movilizar 100.000 millones de dólares para 2020, con la creación del Copenhagen Green Climate Fund y un Panel de Alto Nivel para la contribución y gestión de los fondos.
A pesar de la dificultad del acuerdo político, hay algunos aspectos sobre los que merece la pena construir. Se ha producido una implicación política del más alto nivel en el debate del cambio climático, con más de 115 jefes de Estado de todo el mundo discutiendo los borradores y situándolo como "uno de los mayores retos de nuestro tiempo". Una buena cita para ejecutivos escépticos.
Ha tenido lugar una impresionante movilización de la sociedad, con más de 40.000 acreditaciones solicitadas. Habrá que analizar el efecto a medio plazo de este movimiento en la sensibilidad de los consumidores y los ciudadanos.
La trasparencia se ha declarado un factor clave, y este punto centró el intenso debate entre Estados Unidos y China. En nuestro entorno, esto debería hacernos pensar en que cualquier actuación de reducción de emisiones debe responder a los principios rigurosos de medición, reporting y verificación. Sin estos elementos, como dijo el presidente Barck Obama en su discurso, cualquier compromiso son "palabras vacías en una página".
Habrá también implicaciones para los mercados de carbono. El liderazgo europeo del mercado de carbono puede verse amenazado por Estados Unidos. Con la adopción del Acuerdo de Copenhague, en Washington volverá a discutirse la legislación americana y la construcción de un mercado de carbono. Los mercados actuales de carbono mueven 120.000 millones de dólares. Si la legislación es aprobada por el Congreso americano, el crecimiento esperado podría suponer un mercado tres veces mayor que el mercado actual de carbono de la Unión Europea.
Con la cumbre de Copenhague recién terminada nos queda un sabor agridulce, pero una puerta abierta para seguir desarrollando las vías ya iniciadas con los elementos esenciales del Plan de Acción de Bali. Queda mucho por hacer y el camino se presenta largo y difícil. Pero habrá que trabajar juntos, buscando rutas innovadoras de colaboración que incorporen al mundo empresarial, la sociedad y los gobiernos, y permitan una implantación efectiva del Acuerdo de Copenhague. El tema va en serio.
María Luz Castilla. Directora de Sostenibilidad y Cambio Climático de PricewaterhouseCoopers