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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un voto de confianza a la cúpula de la UE

No muchos europeos habían oído hablar, hasta este jueves, de Herman Van Rompuy y de Catherine Ashton. Sólo son popularmente conocidos en sus países de origen, Bélgica y Reino Unido, respectivamente. Ese anonimato se ha interpretado de manera casi generalizada como un lastre para las funciones que ambos políticos ocuparán a partir del 1 de diciembre: primer presidente del Consejo, él, y Alta Representante para la Política Exterior de la Unión Europea, ella.

La segunda lectura mayoritaria sobre los dos nombramientos previstos en el nuevo Tratado de Lisboa, que como los dos cargos citados entra en vigor el próximo día 1, es que Europa renuncia a cualquier ambición de pisar fuerte en la escena internacional y se conforma con personajes se segunda fila que se ocupen de la cocina interna y no hagan demasiada sombra a los líderes nacionales.

Las dos interpretaciones son legítimas y pueden tener algo de cierto. Pero parten de premisas equivocadas, tanto sobre la naturaleza de los cargos como de la estructura de la UE. Y por eso corren el riesgo de llegar a conclusiones alejadas de la realidad. Y malintencionadas, cuando las críticas proceden del campo euroescéptico que ahora parece lamentar que Europa no haya dado un paso al frente para convertirse en un Estado federal y dotarse de un todopoderoso presidente. Para ese grupo, Europa nunca acierta.

La realidad es que, para bien o para mal, los Veintisiete han decidido contar con un presidente estable del Consejo Europeo, con un mandato de dos años y medio (es decir cinco presidencias semestrales), renovable por una sola vez. La figura no pretende ni sustituir a los líderes nacionales, lo que sería un despropósito antidemocrático, ni convertirse en el homólogo de Barack Obama o Hu Jintao.

Su misión, según el tratado pactado y ratificado con grandes esfuerzos por los 27 socios comunitarios, será dirigir las reuniones de las cumbres comunitarias, dar continuidad al trabajo de esos encuentros y facilitar la cohesión y el consenso entre los líderes. No parece que ninguna de esas tareas requiera un perfil mediático de la talla de Tony Blair. En cambio, sí parecen incompatibles con el dudoso compromiso europeo del ex primer ministro británico.

La experiencia de las presidencias rotatorias en la UE muestra, además, que los países pequeños, con menos intereses y compromisos, suelen lograr muchos más avances que los supuestos gigantes diplomáticos. El éxito o el fracaso de Van Rompuy no se medirá, por tanto, con el número de veces que hable con Obama, sino por el grado de integración europea que gracias a su labor mediadora se alcance a mediados de 2012. Y la trayectoria del primer ministro belga en su país, donde se ha convertido en un catalizador entre posturas previamente irreconciliables, permite confiar en que a nivel comunitario alcance resultados notables. Cabe recordar en ese sentido el precedente del ya fallecido Wim Duisenberg, cuya elección en 1998 como primer presidente del BCE, cuando era un desconocido holandés, atrajo las mismas críticas que ahora provoca la de Van Rompuy. El tiempo demostró que la presencia de un banquero de bajo perfil permitió asentar una institución recién nacida que podía haber sucumbido por las tensiones entre los grandes países.

El segundo nombramiento plantea más dudas. Entre otras cosas, porque hereda el cargo de un Javier Solana que ha dejado el listón muy alto. Los obligados equilibrios entre países pequeños y grandes y entre familias políticas han dado la jefatura de la diplomacia de la UE a una laborista británica que, a priori, no parecía la persona más adecuada. El perfil de Catherine Ashton en política exterior no es ni alto ni bajo. No existe. Se lo tendrá que construir. Pero nada permite deducir que será incapaz.

Tanto Ashton como Van Rompuy merecen un voto de confianza. Su primer reto será generar vínculos y complicidades entre las tres instituciones (Comisión, Consejo y Parlamento) y coordinarse de manera estrecha con las presidencias. España será el país que estrene el nuevo esquema. Y el presidente Rodríguez Zapatero se ha cuidado desde hace semanas de tender puentes hacia Van Rompuy. Si las dos personalidades conviven con éxito el próximo semestre, podrían sentar un precedente que acalle las críticas de quienes deseaban una superestrella al frente de la UE.

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