La venganza del campo (II)
La sociedad -al menos la desarrollada- está convencida de que tiene la alimentación garantizada de por vida. Cada vez dedica menos porcentaje de su renta a comer, y ha interiorizado que los productos agrarios y ganaderos seguirán siendo abundantes, de calidad, sanos y, sobre todo, muy baratos. Por eso, minusvalora la importancia de la agricultura y los agricultores. En España y también en Europa. El discurso de los excedentes agrarios caló de tal forma en la opinión pública europea, que sus dirigentes se apresuraron a desmantelar la PAC porque les escandalizaba que fondos tan cuantiosos se dedicaran al sector primario, argumentando que la prioridad de la economía europea debería centrarse en exclusiva en los nuevos sectores tecnológicos. Y se quedaron tan contentos.
Los agricultores se han acostumbrado a verse relegados. Nadie parece acordarse de ellos. Son señalados como parásitos que viven de las subvenciones, que significan el retraso. Durante décadas, han sido despreciados, humillados, pisoteados. Los agricultores, empobrecidos hasta límites insoportables, tienen razón en sus protestas. Que estas líneas les sirvan de modesto apoyo. Para muchos, sector primario es sinónimo malicioso de elemental, primitivo, básico. La sociedad posmoderna ignora a los productores agrarios, a los que benignamente sólo tolera como cuidadores de un medio ambiente en el que solazarse. Pura curiosidad antropológica. El campo ha desaparecido del debate público y del modelo económico. Oímos a políticos y gurús desgañitarse en estrategias para la economía del futuro. ¿Alguien los ha oído alguna vez nombrar la agricultura? No.
Nadie parece reparar que la tierra disponible para la agricultura disminuye cada año, ni que el agua se le limita para destinarla a usos urbanos, turísticos e industriales. Las expansiones urbanas, de infraestructuras y de energías renovables se comen todos los años miles de hectáreas. Tan sólo en España, más de 250.000 hectáreas de uso agrario y de pastos han desaparecido bajo el hormigón en estos últimos 15 años. Menos tierra, menos agua, y unos precios ridículos para la mayoría de las producciones están teniendo como consecuencia que las producciones finales estén disminuyendo. Los excedentes agrarios europeos hace ya tiempo que se esfumaron. Pronto nos convertiremos en dependientes en materia alimentaria, si es que no lo somos ya. Tampoco esto parece preocupar a nadie. Siempre nos saldrá más barato -nos dicen- importar comida de países del Tercer Mundo, y venderles a ellos nuestra tecnología. ¡Necios! ¡Cómo olvidar el valor estratégico que posee la alimentación! Hablamos continuamente de seguridad y de reservas energéticas, por ejemplo, y olvidamos la suficiencia alimentaria. Ningún estratega contempla la hipótesis de la carencia. Pues se equivocan. Deberían considerarla como una posibilidad cierta y no tan distante en el tiempo.
Hace unos meses escribí para CincoDías el artículo La venganza del campo. Hoy lo continúo con la misma afirmación: más pronto que tarde, el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, cuyos precios subirán de forma brusca e inesperada. Que nadie se queje entonces. Entre todos estamos incubando ese monstruo a base de desprecios y desdén. Europa puede sufrir desabastecimiento por la competencia con otras zonas que demandan ingentes cantidades de alimentos. Y no tendremos otra alternativa que pagar lo que nos pidan, porque entre todos hemos desmantelado nuestra capacidad productiva. Todos los alimentos -y digo bien todos- provienen del sector primario. Ni toda la química ni electrónica ha logrado producir ni un solo gramo nutritivo. Y tenemos que comer todos los días. No podemos permitir que el campo siga muriendo. Los precios deben reajustarse, y, en los planes económicos, el sector primario debe tener un peso propio.
El Instituto de Ingeniería de España dio voz a los ingenieros agrónomos para reivindicar una profesión que se revela imprescindible para un futuro inmediato. Con menos tierra, menos agua y con una energía más cara, tendrán que ingeniárselas para que no falten alimentos a una población creciente. Tarea harto difícil. La mejora técnica puede resultar insuficiente si las autoridades europeas no logran interiorizar la importancia estratégica de la agricultura. Que lo haga pronto. Si no, experimentaremos las duras palabras con las que encabezo este artículo en nuestras propias carnes y carteras.
Una Europa tecnológica y del conocimiento, sí, pero con su alimentación garantizada, también.
Manuel Pimentel