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Columna
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Chrysler necesita un test de rodaje

Sergio Marchionne ha redactado un ambicioso proyecto para sacar a Chrysler de la cuerda floja. Cinco meses después de que la grande de Motown emergiera de su bancarrota financiada por el Gobierno, el nuevo capo y sus ejecutivos invitaron a los responsables industriales a presenciar 16 presentaciones durante siete horas en las que desgranaron sus planes. Pero éstos tienen que ir más allá de quedar bien en los periódicos.

No es sorprendente que Marchionne esté importando de Fiat todas las prácticas que tan bien le fueron. Por ejemplo, ya se han instaurado en Chrysler las políticas de World Class Manufacturer, dirigidas a involucrar a los trabajadores en la toma de decisiones y a mejorar las condiciones de trabajo -desde la limpieza y la luz de las instalaciones hasta la postura de los empleados en su puesto de trabajo y su disponibilidad de herramientas-.

Ambas marcas compartirán para 2014 las mismas plantas de producción, que se reducirán de 11 a siete. También comprarán conjuntamente las materias primas y los componentes, lo que supondrá un ahorro de 3.400 millones de dólares. Lógicamente, Marchionne no empieza de cero. El Gobierno ya se encargó en su momento de reestructurar el balance. Asimismo, Cerberus, el anterior propietario, ya había empezado a mejorar los controles de eficiencia.

Algunas de las previsiones del capo son llamativas: cree que los ingresos deberían crecer un 20% al año y que la cuota de mercado en EE UU de Chrysler debería volver a ser del 13% para 2014. El éxito cosechado en la reconversión de Fiat le da a Marchionne credibilidad, pero su prototipo necesita un test de rodaje. De momento sólo ha aportado una hoja de ruta.

Antony Currie

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