Los retos de España al frente de la UE
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y sus homólogos belga (Herman Van Rompuy) y húngaro (Gordon Bajnai), dieron ayer en Bruselas un simbólico pistoletazo de salida para sus consecutivas presidencias de la UE. La próxima troika presidencial (que toma el relevo de Francia, Chequia y Suecia) presentó el logotipo común que durante 18 meses (desde enero de 2010 hasta junio de 2011) identificará la actuación comunitaria de los tres Gobiernos. Sus mandatos, casi con toda seguridad, no van a tener nada que ver con la representación gráfica simple que han elegido para presentarse en sociedad.
Madrid, Bruselas y Budapest tienen por delante una ingente tarea desde el punto de vista económico, político e institucional y, por suerte para las tres presidencias, al final de cada semestre no serán juzgadas por su logotipo.
Su primer quebradero de cabeza será la salida de la crisis. Ayer y hoy, en la cumbre europea que se celebra en la capital comunitaria, los líderes de la UE están ya debatiendo sobre las posibles estrategias presupuestarias y económicas que habrá que adoptar durante los próximos meses. La corriente mayoritaria, liderada por Francia y secundada por España, defiende mantener el gasto público mientras dure la crisis. Y el ministro español de Trabajo, Celestino Corbacho, dejó ayer claro en Bruselas que el parámetro para decidir cuándo ha llegado el momento de retirar los estímulos no debe ser el saneamiento del sector financiero ni la recuperación del consumo privado, sino la creación de empleo a un ritmo adecuado. Algo inobjetable. Ese plazo obliga a un paréntesis muy prolongado en la aplicación de los límites del Pacto de Estabilidad (3% de déficit y 60% de deuda).
La relajación fiscal, sin embargo, puede provocar tensiones tanto dentro como fuera de la UE. Por un lado, algunos países, entre los que con algunos matices sigue estando Alemania, quieren retirar los estímulos cuanto antes. La Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE) también comienzan a reclamar un horizonte claro para volver a los números negros. El excelente dato de crecimiento de EE UU conocido ayer (3,5%), hace prever, a pesar de sus previsibles revisiones, que las peticiones para reconducir los Presupuestos arreciarán en los próximos meses si esa tendencia se consolida. Y en cualquier caso, los mercados, tarde o temprano, pueden empezar a tomar nota del deterioro fiscal de la UE y de la zona euro y anticipar desequilibrios insostenibles en las economías más frágiles del continente.
La presidencia española será la primera, desde enero, en lidiar con esas discrepancias. Y el descalabro contable de las cuentas españolas, con un déficit que este año puede superar el 10%, no coloca a Zapatero en una posición neutral en el debate. Al presidente español también le tocará impulsar la nueva agenda de reformas estructurales de la UE, que a partir de 2010 sustituirá a la llamada Estrategia de Lisboa, aprobada en el año 2000 bajo la égida liberalizadora de Tony Blair y José María Aznar.
Madrid quiere poner el énfasis ahora en la creación de empleo de calidad, el aumento del potencial de crecimiento y el mantenimiento innegociable de la prosperidad que disfrutan los europeos. Objetivos encomiables y, probablemente, compartidos por todos los ciudadanos de a pie. Pero su consecución requerirá de una gran voluntad política para transformar el modelo de producción y crecimiento del Viejo Continente. Y en esa tarea, el liderazgo de Zapatero puede resultar más difícil en un momento en que España registra tasas de paro que se acercan al 20%.
Parece más asequible la tercera tarea. A la troika presidencial, con especial protagonismo para el semestre español, le corresponderá poner en marcha el Tratado de Lisboa si el presidente checo, Vaclav Klaus, pone fin a su chantaje y firma de una vez el texto. España estrenará entonces un marco institucional que contará con un presidente estable del Consejo (por dos años y medio), con un ministro europeo de Exteriores y un Parlamento europeo más poderoso. Zapatero, con buen criterio, defiende una presidencia del Consejo fuerte ocupada por un europeísta convencido. Y le honra no temer la sombra que esa nueva figura puede hacerle durante los seis primeros meses de 2010.