El negocio de los yates de lujo no entiende de crisis
Los yates de superlujo siguen atrayendo a los multimillonarios que no entienden de crisis.
Los yates en venta valorados en 3.000 millones de dólares que se encuentran anclados en el puerto de Mónaco hacen sonreír a George Fortune, agente de Monte Carlo Luxury Yachts. "La competencia masculina es lo que más mueve el mercado de los superyates", dice en la exposición anual de superyates del principado.
"Alguien siempre tiene uno más grande que el tuyo", explica el vendedor de 55 años de edad en la proa del bote rápido Musa, decorado al estilo Art Deco. "Este negocio se basa en clientes a quienes poco les importan las recesiones económicas y a quienes les apasiona demostrar que tienen más dinero que tú".
Quizá haya muchas estadísticas que demuestren que la economía mundial está al borde de la catástrofe. Sólo que eso no es perceptible a bordo del Musa de 118 pies (35 metros), en donde los acabados son de mármol de Carrara y el salón principal está tapizado con piel de serpiente.
El único número que importa aquí es la velocidad máxima de 100 millas por hora (160 kilómetros por hora), que permite a los multimillonarios desayunar en Italia, comer en Córcega y ordenar la cena en Montecarlo.
Jeff Flood, director de Balearic International Yachts en Palma de Mallorca, dice que en el mercado de superyates, los cálculos comienzan en múltiplos de 10 millones de dólares. "Los ricos quieren barcos gigantescos y no les asusta el precio", dice Flood. "Pero más vale vender algo que tenga menos de cinco años de antigüedad y con una autonomía de combustible de cuando menos 3.000 millas".
Todo esto debería hacer al Musa de 7.800 caballos de fuerza y una autonomía de 500 millas un yate para un multimillonario venido a menos. "En realidad, no", dice Fortune. "Musa es un lujo moderado para clientes que tienen barcos más grandes esperando en destinos predeterminados en el mar para cargar combustible a bordo a fin de que puedan seguir viajando a toda velocidad".
Los dueños de superyates normalmente no los conservan por más de tres años, y luego los venden para comprar uno más grande, según un estudio de Monte Carlo Luxury Yachts. El multimillonario mexicano del sector de la telefonía móvil, Carlos Peralta, quiere algo más grande.
Peralta, ex presidente del proveedor de telefonía móvil Grupo Iusacell SA, pidió a Fraser Yachts en Fort Lauderdale, Florida, amarrar su Princess Mariana de 257 pies en el muelle más grande de Mónaco. Fraser pide US$143 millones por el yate, frente a los US$182 millones que quería obtener hace un año. Busca a alguien que quiera un barco inicial para comprar el yate de seis cubiertas, que tiene un helicóptero para siete personas, piscina interior y un rango de 7.000 millas náuticas.
La cubierta de teca del Mariana es lo suficientemente grande para realizar una carrera de motociclismo que podría ser transmitida por las 17 cámaras de seguridad del yate.
"Hay unas 50 personas en el mundo interesadas en Mariana", dice Rob Newton, agente de Fraser. "La gente que ya tiene un yate grande lo vende para comprar uno todavía más grande, porque vienen mejor equipados".
A bordo del Mariana hay 28 tripulantes, seis camarotes para 12 pasajeros, seis jet ski, un trasbordador de 35 pies (10,66 metros) y un sistema de rociadores en el exterior que refresca a los invitados. Hay salón de belleza, sala de masajes y un cine para 13 personas. La cabina principal incluye una cascada y un "club de playa", una costa artificial que sale electrónicamente del casco.
El trabajo de Pascal Wiscour-Conter, de 42 años y responsable ejecutivo de Equisea Yacht Management, es asegurarse de que no se hunda.
En el balcón de Equisea que da al puerto de Mónaco en la exposición del mes pasado, el ex banquero de Dexia SA dijo mientras observaba su reino con binoculares militares que su trabajo es evitar que los clientes tengan que preocuparse por lo que conlleva ser dueño de un superyate.
"Nos encargamos de toda la operación", dice Wiscour- Conter, cuyos servicios pueden costar más de 200.000 millones de dólares al año. "El combustible, los suministros, el seguro, los fletes, la tripulación, todo. Somos el rostro público, y el dueño se mantiene en segundo plano".
Con respecto a estos dueños, no salen a tierra para hablar, y toman medidas extraordinarias para mantenerse fuera de vista. Un ejemplo es el sistema "anti-pap", un sistema de haces de luz que el multimillonario ruso Roman Abramovich instaló en su Eclipse, de 550 pies de largo (167 metros), el yate privado más grande del mundo.
"Está diseñado para arruinar las tomas de las cámaras digitales con rayos láser", explica Fortune. "El capitán lo activa cuando ancla cerca de la costa o ve un barco acercarse en el que podría viajar un paparazzi".
A pesar de la publicidad de ir al mar en un barco realmente grande, Flood dice que los superyates siguen siendo la forma predilecta de las personas para mostrar su riqueza. Es un gusto caro que refresca el cliché de que uno no puede pagarlo si tiene que preguntar cuánto cuesta.
Flood dice que la cuota anual de atraco del Mariana, por ejemplo, es de unos 200.000 millones de dólares, y que el dueño gasta al año un mínimo del 10 por ciento del costo inicial del yate en seguro, tripulación, combustible y mantenimiento, que incluye lustrar los kilómetros de barandales de acero inoxidable del Mariana ocho veces al día.
"Desde el colapso de Lehman, el 30% de mis clientes liquidaron sus yates y volvieron a poner el dinero en el mercado bursátil para comprar algo más grande", dice Fortune. "El otro 70% quería vender, pero no pudo. Esto quizá suene contradictorio dado el boyante mercado, pero no lo es: ninguno de mis clientes me ha dicho alguna vez que esté desesperado por vender. El barco es importante para sus vidas y negocios".
Fortune calcula que la demanda de superyates ha bajado un 30% en el último año, y que los precios han caído alrededor del 25%. "Una de las dificultades que encaro es vender un superyate que no venga con su propia tripulación", dice.
Como Fortune dice, la recesión ha contraído el mercado de millonarios que compraban yates para recorrer el mundo navegando en busca de sol y diversión. "Ahora se centra en los multimillonarios que necesitan un lugar secreto para realizar reuniones y organizar eventos que no pueden hacer en tierra firme", dice Flood. "Es una locura".