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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desempleo no se reduce por arte de magia

Septiembre se ha saldado con un avance del desempleo de más de 80.000 personas y una pérdida similar de puestos de trabajo, tanto medido en el registro de parados como en el de afiliados de la Seguridad Social. En sólo dos meses (agosto y septiembre) se ha dinamitado el empleo que se había generado en mayo, junio y julio, y ha quedado en un espejismo el pretendido cambio de tendencia que las autoridades laborales habían divulgado, aunque con evidente poco crédito entre la población. Terminada la temporada turística y con el efecto ya declinante de las obras del Plan E, las listas del desempleo vuelven a la desgraciada dinámica que emprendieron hace un año, y que ha destruido 1,2 millones de empleos, colocando la tasa de paro al filo del 18% en términos de EPA, el doble de lo que registran las economías avanzadas. Y el doble de las cifras exhibidas hace un año.

Con 3,8 millones de parados registrados en el Inem o con 4,2 estimados por Estadística ya en junio, España tiene en esta variable su primer problema económico, pues, además de ser un drama social para millones de hogares, es una bomba para las cuentas públicas y un lastre que atenaza el crecimiento de la demanda y de la economía para varios años. Todos los agentes políticos, sociales y económicos, y el Gobierno antes y en más proporción que ninguno, deben buscar una salida estructural al problema, porque el desempleo no se reduce sólo, no desaparece por arte de magia. En caso contrario, además de pasar facturas políticas, paralizará toda una generación el desarrollo de uno de los países más dinámicos de Europa en los últimos 25 años, con consecuencias sobre la riqueza individual y agregada, sobre su reparto y sobre su traducción en bienestar.

La sangría en la construcción parece haber concluido ya, aunque el propio programa gubernamental de estímulo engordará las cifras en los próximos meses, ya que las obras van concluyendo y el programa de 2010 es mucho más limitado, y será engullido por gasto corriente de los municipios, donde tienen sus verdaderos atascos presupuestarios. Pero la destrucción de empleo comienza a morder en actividades hasta ahora con mayor grado de resistencia, sobre todo servicios comerciales, que son ya víctimas de una prolongada crisis de la demanda interna. Además, ahora el ajuste comienza a cebarse en los puestos de trabajo fijos, los alojados en aquellas actividades más maduras y con márgenes más sensibles, y que han resistido el primer envite de la crisis o que han retrasado el ajuste por el coste del recorte de plantillas.

Las estimaciones para los próximos meses no son buenas. Cualquier cifra que se maneje es pavorosa, desconocida en España. Pero en el mejor de los casos aún quedan por delante tres trimestres de contracción de la actividad y cuatro de destrucción de empleo, si la elasticidad de la segunda variable mantiene una relación tradicional con la primera. El Gobierno tiene que abandonar sus paralizantes tesis y plantear una reforma laboral valiente, preferiblemente pactada, que cambie los parámetros del mercado laboral que impiden un normal desenvolvimiento del mismo.

No es normal que las tasas de desempleo juvenil y de ocupación temporal lleguen a los niveles que alcanzan en España, y que tienen relación directa con la sobreprotección del empleo de los trabajadores maduros, con niveles desconocidas en la OCDE. Seguramente habrá que someter a revisión los sistemas de protección por desempleo que desincentivan la búsqueda activa de trabajo, aunque ahora puntualmente deban exprimir su generosidad para salvar un momento de dificultad extrema. Además, la negociación colectiva debe ser revisada para que la remuneración se ajuste más al desempeño de cada trabajador, y no se mantenga como un mecanismo que bloquea la gestión de costes de las empresas.

Pero no todo son reformas: los sindicatos y la patronal no pueden prolongar el espectáculo ofrecido desde que se inició la crisis sin encontrar un pacto salarial que devuelva a la moderación el papel de incentivador en la generación de empleo. En paralelo, el Gobierno debe hacer cosas que nadie puede hacer por él: reformar los mercados de bienes y servicios y reconducir la política fiscal para que no reste recursos a la actividad y ensanchar así el crecimiento potencial para absorber el creciente ejército de reserva.

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