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A Fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El papel lo aguanta todo

Ahora ya sabemos por qué Pedro Solbes salió escopetado hace quince días del Congreso: no tenía cuajo suficiente para respaldar con su voto los Presupuestos que ha elaborado "con ánimo de servicio y determinación" su relevo en Hacienda. Con un impecable traje fucsia brillante, sonrisa despreocupada, protegida por sus dos secretarios de Estado y arropada por los 25 funcionarios encargados de cuadrar y comunicar los numéricos, Elena Salgado presentó ayer en el Congreso uno de los mayores actos de fe financiera de los últimos años. Ya lo fueron las cuentas del año en vigor, con una desviación por defecto de 42.000 millones de euros en los ingresos y de unos 80.000 por exceso en los gastos, pero con el atenuante de que la quiebra de la economía ha sorprendido a quien cuadró los números allá por septiembre de 2008. En la estimación para 2010, dando por buenas las previsiones macroeconómicas, que es mucho dar, las partidas de ingresos parecen actos de inocente voluntarismo, salvo que haya alzas de impuestos adicionales: la ministra recordó ayer que "las subidas de impuestos no se anuncian", y la tramitación parlamentaria podría esconder algún golpe de efecto electoral y recaudatorio. ¿Alguien que sepa un poco de números puede creerse que con cerca de un millón de parados más que se adivinan del escenario macro, se va a recaudar más por rentas y consumo? El papel lo aguanta todo.

"Entiendo que no lo comprendan, porque es complicado", concluyó Salgado tras casi una veintena de preguntas de unos periodistas que de manera casi general rezumaban un desacostumbrado escepticismo rayano a la incredulidad. En una sala semicircular de acústica infame la mayoría de las cuestiones quedaron sin responder, echando balones fuera continuamente, y donde había respuesta, era vaga o esmalte de contexto. Eso sí: casi logramos saber en una de las largas y atrevidas incursiones ideológicas de la responsable de Hacienda qué considera el Gobierno pobres y ricos, para concluir que todos los que soportarán la subida de impuestos no son ni los unos ni los otros, sino las clases medias. "Los pobres son los que están por debajo del umbral de pobreza; los ricos ..."

Tengo sobre la mesa el rosario de libros amarillos, cada vez más amarillentos, de los proyectos presupuestarios de los últimos 18 años, y sea por el escepticismo que acompaña a las canas, sea por impericia de los administradores, no había visto nunca un documento público que se alejase más de la realidad, aunque haya que suponerle bienintencionado.

El Presupuesto en la economía es como un árbitro en un partido de fútbol: cuando más desapercibido pase, mejor. Pero en este país, por la instrumentación política que hacen los Gobiernos de él, y la pelea de intereses de determinados colectivos, sindicados o no, las cuentas estatales se han convertido en un instrumento de dar y quitar del que todo el mundo está pendiente. Un Presupuesto neutral, como los buenos árbitros, sería aquel que atesorase las virtudes que Cervantes apreciaba en el buen castellano: "dar no da, pero tampoco pide".

En los números presentados ayer siguen apareciendo 47.400 millones de euros de gastos fiscales, que no son ni más ni menos que compromisos de deducciones por diversos compromisos creados en el pasado y arrastrados para siempre. La gran mayoría son grandes partidas de incentivos a la vivienda, los fondos de pensiones, la maternidad o ayudas que entiende todo el mundo. Pero hay infinidad de pequeñas cantidades para las cosas más inexplicables, seguramente todas igual de prescindibles, negociadas por grupos de presión o diputados nacionalistas que recuerdan La Escopeta Nacional, esa hilarante y lúcida cinta de Berlanga en la que Sazatornil, en una cacería, somete a una implacable persecución a un ministro de Franco para lograr que por decreto se eliminen los porteros físicos de las fincas urbanas y se hagan obligatorios los automáticos que él fabricaba.

Por ahí hay que empezar si se quiere hacer un Presupuesto que no dé la espalda a la actividad, que sirva de verdad como palanca para superar la crisis. Una limpieza de disparatadas subvenciones que responden más a la capacidad de presión ejercida en el pasado que a los intereses generales del futuro. Además, aunque sea preciso atender a una determinada necesidad social ahora, las cuentas tienen que ser de intenciones equilibradas. Ahora el diseño responde como un guante al norte político del presidente del Gobierno: "la única prioridad del Ejecutivo es la protección social". Pero sólo agitando todas las partidas para potenciar aquellas que dinamizan la actividad, la inversión, serán unas cuentas públicas útiles. Nada define mejor al país y a su economía que el hecho de que el 52% del esfuerzo de sus contribuyentes vaya a gasto social, con una presencia notable de pasivos (pensionistas y parados), o que pueda gastar más dinero en protección por desempleo (seguramente necesaria de forma puntual) que en educación. Recuerden las palabras de Anthony Giddens: "Un país que apuesta más por el pasado que por el futuro, es que renuncia al futuro".

Fácil no es administrar una economía con dos años de recesión, cifras de desempleo pavorosas y muy poca certeza temporal para dejar la crisis. Hace falta valor. Pero llama la atención que todo el mundo diga que el camino no es subir impuestos, tan impopular aunque sea "de forma moderada y/o temporal", sino bajarlos, sobre todo cuando la economía es rehén de una paralizante crisis de demanda. Los suizos han aceptado una subida finalista para financiar las pensiones; pero los alemanes han votado que prefieren las bajadas, y si leemos con atención el triunfo liberal, prefieren adelgazar el Estado y liberalizar el mercado. Y eso no cuesta dinero; sólo voluntad.

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