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Fernando Alonso nos gusta sin trampas

Por la puerta trasera se ha marchado esta semana Flavio Briatore del box de Renault. Por tramposo. Es gravísimo lo sucedido y empaña las ilusiones de muchos seguidores de la Fórmula 1, entre los que me encuentro, sobre todo desde que en los circuitos corre el asturiano Fernando Alonso, al que siempre he considerado un ganador nato. Valoro el mérito que tiene porque da igual en la posición de parrilla en la que salga, que siempre va a luchar por estar en el podio. Es una actitud loable siempre y cuando se consiga con métodos ortodoxos. Hasta ahora parecía que los triunfos de Alonso eran indiscutibles, pero lo que es inexcusable es el escándalo ocurrido la pasada temporada en el Gran Premio de Singapur, y que ahora ha sido destapado por el arrepentido Nelsinho Piquet, otro que tal baila.

Si el brasileño e hijo del tres veces campeón del mundo, Nelson Piquet, aceptó la propuesta de Briatore, hasta esta semana director de la escudería azul, y del jefe de ingeniería, Pat Symonds, es tan responsable como los verdaderos ideólogos del plan, que han salido de una patada del equipo, contribuyendo a poner más sombras sobre un deporte que en los últimos tiempo está en entredicho. Los tres son culpables del accidente que amañaron para beneficiar a Fernando Alonso, y en el cual Piquet estrelló su bólido en la vuelta 14 de la carrera obligando a salir al coche de seguridad justo cuando su compañero de equipo estaba repostando. El resultado de la carrera todos lo saben: Alonso ganó.

Ahora la gran duda es si éste, dos veces campeón del mundo, estaba al tanto de la trama. Si es así, decepcionaría a millones de seguidores, incluidos muchísimos niños que quieren ser de mayores como él. Es más, si tuviera algo que ver con el escándalo, muchos se preguntan que es muy difícil que estuviera al margen teniendo la relación tan estrecha que tiene con Briatore, debería dejar la Fórmula 1. Voy más allá, también debería devolver el premio Príncipe de Asturias, aunque lo haya conseguido antes de que ocurriera este escándalo. Tan preciado reconocimiento exige una trayectoria impecable. Los tramposos no deben tener cabida ni en el mundo de la empresa y mucho menos en el mundo del deporte, donde se supone que el principio sobre el que se sostiene es precisamente saber perder, y también saber ganar sin engaños.

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